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Columna
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Plata o plomo

Sin territorios y sin Estado, esta es la cruda decisión que se les ofrece a los palestinos

Lluís Bassets
Jared Kushner en la Embajada de EE UU en Jerusalén.
Jared Kushner en la Embajada de EE UU en Jerusalén. MENAHEM KAHANA (AFP)

Los acuerdos de Oslo entre israelíes y palestinos de 1993 se basaban en la fórmula paz por territorios. En cumplimiento de la crucial resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, los palestinos abandonaban cualquier hostilidad e Israel se retiraba de los territorios ocupados. Al final se trataba de llegar a la coexistencia de dos Estados, uno para los palestinos y otro para los israelíes, en paz, seguridad y con fronteras negociadas y mutuamente reconocidas.

El plan de paz de Jared Kushner, yerno de Donald Trump y consejero presidencial para Oriente Próximo, se basa en la fórmula paz por inversiones, publicitada como paz por prosperidad y perfectamente traducible en términos de paz por negocios, comisiones y sobornos, según los códigos éticos vigentes en el sector inmobiliario de Nueva York, donde se han enriquecidolas dos familias de magnates, los Trump y los Kushner, felizmente emparentados por el matrimonio de Ivanka y Jared.

Kushner tiene escasos títulos para apadrinar un plan de paz. Los que más, sus relaciones personales con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, amigo de la familia al que cedía su dormitorio juvenil en sus visitas a Nueva York, y con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, hombre fuerte del país más rico y que más cuenta en la actual geografía política árabe. Con estas dos cartas y su evidente falta de experiencia y preparación, este yerno pretencioso se atreve con un conflicto de una violencia y una persistencia que se ha resistido a todos los anteriores presidentes. Para poner las cosas más difíciles, la suya no es una propuesta para negociar sino un acuerdo final, que las partes deben aceptar o rechazar, con margen solo para algún retoque.

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El plan llega tras dos años de pésimas noticias para los palestinos. Estados Unidos ha trasladado su Embajada a Jerusalén, en un acto de reconocimiento de la capitalidad israelí que en todos los planes anteriores se reservaba para el acuerdo final. También ha reconocido la soberanía israelí sobre el Golán arrebatado a Siria. Ha cortado la ayuda a los refugiados palestinos y cerrado la delegación de la OLP en Washington. Y está apenas a un minuto de avalar la soberanía israelí sobre las colonias ilegales en Cisjordania.

Es fácil identificar la técnica de negociación: apretar las clavijas hasta que la parte contraria no pueda más. Es una subasta inversa: cuanto más se tarda en ceder, más bajo es el precio. Las inversiones prometidas serían el primer y único alivio después de diez años de Netanyahu y de dos de Trump. Por supuesto, Kushner prescinde de las resoluciones de Naciones Unidas y de las políticas y planes de paz de la Casa Blanca durante 40 años. Finalmente, el yerno de Trump pone las ideas y las palancas del poder, pero el dinero lo ponen los magnates árabes, buenos conocedores de una fórmula universal, que en América Latina se traduce en la opción entre plata o plomo. Sin territorios y sin Estado, esta es la cruda decisión que se les ofrece a los palestinos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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