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Landa, derribado, pierde el Tour de Francia

La caída del alavés el día en el que los abanicos acaban con Pinot y Fuglsang deja a Nairo de líder único del Movistar ante el Ineos de Thomas y Egan Bernal

Carlos Arribas
Mikel Landa llega a meta a más de dos minutos del grupo de cabeza.
Mikel Landa llega a meta a más de dos minutos del grupo de cabeza.Movistar Team

Ganó al sprint Van Aert, otro de los nietos adoptivos de Poulidor, pero esta fue, quizás, la noticia menos importante de un día tonto que cambió al Tour.

Landa cruza la meta retrasado y tira el bidón en la meta, con rabia. Nairo la cruza adelantado y sonríe. Sus destinos y sus Tours caminaban juntos, y en menos de un segundo se separaron definitivamente. Landa se fue al suelo y Nairo sobrevivió. Faltaban 19,3 kilómetros para Albi, la meta de una etapa en la que el viento, que siempre llega, ya había hecho el trabajo principal. Antes que Landa, que perdió 2m 9s y ya está a 4m 15s del líder Alaphilippe en la general, ya habían perdido sus esperanzas de ganar el Tour Pinot, el favorito más en forma, Fuglsang, Urán y Porte. Los cuatro perdieron 1m 40s. A los cuatro les había sorprendido el abanico organizado por el Ineos, el Deceuninck y el Movistar.

A Landa, no.

Landa encuentra cada día razones para no dejar de creer en la fatalidad.

Llegados los mejores al paraje llamado Taïx sin aliento y felices, con la felicidad que procura el saber que se está haciendo daño grande a rivales importantes, a Mikel Landa, le derriba involuntariamente el campeón francés, Warren Barguil, un bolo que se desequilibró al tocar su rueda delantera con la trasera de Alaphilippe. El pelotón, más bien el grupo de delante, era puro caos, nervios y velocidad incontrolada. Si no hubiera tenido a Landa a la izquierda, protegido del viento pero no de los rivales, Barguil se habría ido al suelo y allí se habría quedado, pero pasaba Landa. Barguil se inclina a la izquierda y golpea a Landa, el último bolo de la serie: a su izquierda, donde aterriza, no hay más que aficionados aterrorizados sobre los que cae, su frenesí, neutralizado, su corazón, deprimido y su ánimo furioso, pues cayó convencido de que Barguil lo derribó aposta. “Pero hemos visto las imágenes con los comisarios”, dice José Luis Arrieta, el director del Movistar, “y se aprecia que ha sido un accidente. Nadie tuvo la culpa, solo la fatalidad”.

“Todos se caen algún día de Tour, pero las caídas de Mikel siempre acarrean consecuencias”, dice, fatalista, Eusebio Unzue, el jefe del Movistar, que ya vivió circunstancias similares el Tour pasado cuando, después de haber superado sus corredores todos los tramos peligrosos de pavés camino de Roubaix, Landa se cayó, y se olvidó de la carrera, y en el Giro pasado, cuando el día del ataque de Carapaz en Frascati, también se cayó Landa y perdió tiempo. “Y, mira, el otro día se cayó Thomas, y él no perdió ni un segundo”.

La frustración la aumenta porque camino de Albi, justamente, de sus obispos guerreros, sus cátaros achicharrados, su Tarn generoso y su catedral de ladrillos falsamente humilde, el Movistar se había sentido actor principal del día.

En Saint Flour, cuando se preparan para partir los corredores, sopla la brisa tan fresca que la gente busca el sol, y hasta parece que limpia las cabezas de un pelotón cansado y hasta sonríe Arrieta, un hombre que parece que carga siempre con el peso de injusticias nunca reparadas. “Me extrañaría mucho que no se cortara el pelotón. Soplará viento, norte-noroeste, y cuando sople el pelotón ya llegará muy cansado, porque la etapa es muy dura”, dice, y no lo dice con temor, como atávicamente hablaban los directores españoles cuando se preveían abanicos, sino esperanzado. “Vamos a estar preparados”. A su lado, Txente García Acosta, su compañero técnico, se monta ya en el coche para ir de avanzadilla. “No necesitaré informar de nada”, dice. “Arrieta ya ha venido a reconocer la etapa y se conoce bien todo el recorrido y ya sabe dónde será el momento”.

Parecen más los preparativos de un golpe secreto que una táctica de etapa un día más del interminable descenso del Tour hacia las montañas que nunca llegan. Pero no es tan secreto. Muchos lo saben ya y cuando se aproximan a la rotonda de Graummont, que deben tomar por la izquierda para cambiar de dirección y seguir por la D988, mandan a sus líderes hacia adelante, a tomar posiciones. Valverde lleva consigo a Landa y Nairo, y a Erviti, Oliveira y Amador, los guerreros del viento; el Ineos adelanta los suyos y los especialistas del Deceuninck envuelven a Alaphilippe y Enric Mas. Todos quieren estar, pero el aforo es limitado y la fiesta muy exclusiva.

La fiesta comienza cuando cambia el viento. Quien no puede pasar a cabeza se encuentra con la puerta cerrada. Todos los que pueden relevan desaforados. El tajo del pelotón es inevitable. Por delante pasan unos 50, no más. Pinot, Urán y Fuglsang no solo se quedan sin sitio, sino con los equipos desorganizados, y se agotan en 20 kilómetros de persecución inútil en los que llegan a acercarse a una decena de segundos. La cuerda se cortó entonces, y nadie pudo empalmarla.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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