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Irene Vallejo en la FILBo: “La supervivencia de la naturaleza está unida a la supervivencia de los libros”

La autora española inaugura la feria y habla con EL PAÍS del poder transformador del libro en las periferias, colombianas o españolas, desde las selvas del Chocó a las cárceles distritales

Irene Vallejo
Irene Vallejo en Bogotá.CHELO CAMACHO
Camila Osorio

La historiadora más famosa del libro inauguró la fiesta del libro. Irene Vallejo, autora del bestseller El Infinito en un Junco, dijo unas palabras en la inauguración de la Feria del Libro de Bogotá, este miércoles, una de las ferias más grandes en el mundo hispano y que este año tiene como gran tema transversal a la naturaleza.

“El libro es ser vivo, engendrado, parido se desarrolla”, dijo Vallejo en sus palabras inaugurales, citando las palabras del autor afrocolombiano Arnoldo Palacios, cuando se celebra el centenario de su nacimiento. Vallejo se enfocó, en su discurso, en el nacimiento de la escritura, del alfabeto mismo, cuando una P no representaba la letra sino la lengua humana para empezar a nombrar la realidad. “Las letras nacieron como dibujos”, dijo Vallejo. Dibujos de camellos, monos u olas marinas que se convirtieron en la materia prima de las letras. “Como dicen los neurólogos, tras este invento, ya nunca fuimos los mismos”. La lectura modificó nuestra capacidad para pensar. Y la naturaleza, sus distintas formas o materiales, nos permitió nombrar la realidad.

“La supervivencia de la naturaleza está unida a la supervivencia de los libros”, dijo Vallejo a EL PAÍS, antes de su discurso inaugural. El Infinito en un Junco, ganador en España del Premio Nacional de Ensayo, en 2020, es un largo recorrido por la historia clásica del libro desde su materialidad, no solo desde las ideas que logran difundir por el mundo. O, en otras palabras, un libro de Vallejo en el que ella se detiene a mirar bien el cuerpo en el que viven las palabras, no solo las palabras mismas.

“El que se lea en un material u otro, que se lea en tabletas de arcilla, o que se lea en papiro, o que se lea en pergamino, o que se lea en papel, o que se lea libros de luz como hacemos ahora, todo eso tiene una importancia muy grande”, añade. “En los orígenes del libro hay una confluencia muy clara entre la naturaleza —por el junco, el material vegetal que en el papiro y en el papel han sido el receptáculo del libro— y el alfabeto y la escritura, que es una invención artificial, digamos”. La materia viva, la naturaleza, fue quien le dio y le sigue dando un hogar al alfabeto para existir. Por eso el infinito —el de las ideas, las metáforas, la imaginación—cabe en un junco.

Dicho esto, añade Vallejo, si el libro está escrito en un material que se comen los insectos de una plaga, o es frágil al fuego de los incendios, o al agua de las inundaciones, el libro no es “algo puramente intelectual”. La supervivencia de las obras literarias a lo largo de los siglos depende de la supervivencia del planeta. ¿Y si no fueran los libros de papel? Incluso las tablets o los celulares necesitan de una materia prima—litio, metal, etcétera—para darle una habitación a las palabras.

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El Infinito en un Junco es un libro traducido a 40 idiomas que transformó a Vallejo de ser una desconocida de Zaragoza a una celebridad literaria internacional. “No lo estaba escribiendo en ese momento pensando en el avance de mi carrera literaria, sino todo lo contrario, lo escribí como una despedida”, cuenta Vallejo. Lo escribía cuando su hijo, recién nacido, estaba enfermo con un síndrome respiratorio llamado Pierre Robin, y ella pensaba que la enfermedad le obligaría a dejar las letras para dedicarse completamente al cuidado. Era una despedida, “agradeciendo todo lo que los libros habían hecho por mí”.

Además, considerándose una escritora que trabajaba la historia clásica del libro desde la periferia española, lejos de las grandes capitales editoriales de Madrid o Barcelona, su despedida parecía inevitable. No fue una despedida, sabe cuatro años después, sino un nuevo capítulo. Uno que la llevó a abrir las puertas de la feria del libro en Colombia.

Antes de Bogotá, Irene Vallejo llegó unos días antes a un lugar que, desde las capitales colombianas, es considerado la periferia: el departamento de Chocó. “Siempre he sentido ese amor por las periferias y un poco el sentimiento de que las periferias son centros de otros territorios, de otras miradas, de otros lenguajes, y considerarlas periferias es incluso un problema de perspectiva”, dice Vallejo.

Vallejo viajó a la capital del departamento del litoral Pacífico, Quibdó, para encontrarse con Velia Vidal, directora del proyecto Motete, que promociona la lectura en este departamento del pacífico colombiano—uno de enorme riqueza ambiental y una larga historia de discriminación contra los pueblos afros.

“Allí se hace realidad la idea de que el acceso a los libros, en territorios tradicionalmente desprovistos de resortes para la lectura, tiene un impacto real sobre la vida de las personas”, cuenta Vallejo sobre la experiencia. Se reunió con los jóvenes que han sido parte de Motete, y “sentí que realmente habían descubierto una faceta para expresarse, a través de la palabra, y tenían ese impulso de contarse a sí mismos, de sentir que sus historias eran lo suficientemente importantes como para que merecieran esa escucha. El hecho de que se considerase que su educación, que su imaginación, que sus palabras y que su creatividad eran importantes, tiene una fuerza enorme en el sentimiento de dignidad”.

“Hablamos de cómo toda acción de salvamento de los libros es, en realidad, un camino para salvarnos a nosotros mismos”, es como lo resume la profesora de literatura Yijhan Rentería, columnista de El PAÍS, sobre una charla con Vallejo en la Universidad Tecnológica del Chocó.

Además de dar una charla inaugural en la FILBO, Vallejo tendrá una conversación este jueves sobre el libro y la democracia, estará firmando libros y visitará hacia el final de la semana la cárcel distrital de Bogotá. “Va a ser la primera vez que visito una cárcel”, cuenta la autora. “Me interesa también el impacto que pueden tener los libros en esas situaciones límite, conocemos historias de personas que han empezado a escribir en la cárcel, o que se han hecho mediadores de lectura, así que debemos explorar qué ocurre allí, porque se dice que los libros son para las élites y estamos quizás privando a quienes los necesitan más”, añade.

Vallejo, investigadora de los libros, parece la autora idónea para celebrar la buena hora del libro. De acuerdo a cifras en Colombia, la mayoría de los colombianos lee ahora más que antes de la pandemia, y los clubes de lectura entre amigos y familiares parecen tener un renacimiento. ”Me atrevería a decir, los clubes de lectura son una nueva forma de socializar”, dice Vallejo. Hace unos años, antes de la pandemia, ella recuerda que se hablaba solo de “la catástrofe del libro, que el libro se terminaba, se moría, se extinguía. Pero llegó una verdadera catástrofe mundial, y la gente leyó más”. Sobrevivió el libro y, ahora, está de fiesta en Bogotá.

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Camila Osorio
Corresponsal de cultura en EL PAÍS América y escribe desde Bogotá. Ha trabajado en el diario 'La Silla Vacía' (Bogotá) y la revista 'The New Yorker', y ha sido freelancer en Colombia, Sudáfrica y Estados Unidos.
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