Home

Mundo

Artículo

El coronavirus castiga duramente a Nueva York. Servicio de morgue en el distrito de Brooklyn. | Foto: AFP

MUNDO

Nueva York, la ciudad que el miedo al coronavirus transformó

La urbe ruidosa y frenética está semidesierta. Casi todo permanece cerrado mientras los hospitales colapsan por la pandemia.

8 de abril de 2020

Por: Freddy Naranjo

La sensación es extraña. Es como si la capital del mundo fuera hoy otra ciudad. Los ríos de gente, que a diario inundan las aceras de Manhattan peleándose un espacio, desaparecieron.

No hay turistas. No se escucha ese murmullo de infinidad de idiomas de todos lados, que se entremezclan. Los icónicos lugares como Times Square, el Puente de Brooklyn o la Estatua de la Libertad están desolados. Todo es surrealista.

Los ejecutivos dejaron el afán por llegar a sus oficinas. Esas elegantes mujeres cosmopolitas, ya no llenan el entorno, pero, sobre todo, se echa de menos esa multitud de trabajadores -muchos de ellos inmigrantes hispanos-, que en hora pico a punta de zancadas, saltan al metro.

Lo que sí sigue es el ensordecedor ruido de las ambulancias, y de las alarmas de los carros de bomberos y de la policía, que avanzan raudamente.

Las calles de Manhattan, antes llenas de transeúntes y vehículos, permanecen ahora vacías. Foto: Freddy Naranjo

En el distrito más famoso de la ciudad, Manhattan, los pocos transeúntes tratan de esquivar el temible coronavirus armados a punta de guantes, gafas y tapabocas, pero especialmente, cubiertos con una actitud de alejarse de quien puedan. La ansiedad, la desconfianza y el miedo fluyen en el ambiente: el virus puede estar a la vuelta de la esquina.

Muchos de los que desafían las calles son empleados de supermercados y farmacias, y otros servicios esenciales con licencia para abrir, incluyendo tiendas de licores y de ventas de armas. Se ven carros de la policía en distintas cuadras y es notoria la presencia de habitantes de la calle. También de los delivery, un ejército de muchachos montados en bicicletas que hacen domicilios, convertidos en personajes vitales para alimentar a una ciudad en trance.

No todos, pero un buen número de los 8,6 millones de habitantes de la gran manzana, han acogido los llamados  tanto del alcalde, Bill de Blasio, como del gobernador del Estado de Nueva York, Andrew Cuomo, de quedarse en casa con el fin de no seguir propagando el coronavirus. El índice de infecciones no deja de crecer y se esperan ya días de 800 y mil muertos.

En la medida que pueden, los neoyorquinos tratan de evitar el uso del metro, para muchos la gran casa del virus. Foto: Freddy Naranjo

Vivir de otra manera

Los neoyorquinos, los nativos y los extranjeros, los de ayer y los contemporáneos, han pasado por diferentes vicisitudes que han golpeado de manera dura su estilo de vida en este siglo, como el apagón de 2003, el huracán Sandy de 2012 y los ataques terroristas a las Torres Gemelas de 2001. Ahora, algunos se atreven a decir que la pandemia del covid-19 dejará mayores cicatrices en su vida, incluso más que el atentado del 11 de septiembre de 2011, que dejó casi tres mil muertos.

Howard Babich, un estadounidense de 63 años, jubilado y  que ha vivido toda la vida en Nueva York, recuerda que, “si bien, la caída de las Torres Gemelas impactó, la ciudad solo se restringió en un área especifica, pero el coronavirus está transformando la vida de todos, sin diferenciar la condición social, raza, procedencia o género”.

En efecto, la vida de los habitantes de esta gran urbe, ahora es otra. El coronavirus obligo a bajar la velocidad diaria, desaceleró la adrenalina. Es evidente, los neoyorquinos no están a su ritmo. Le pregunto a varios amigos cómo sobrellevan la cuarentena en sus casas, y la respuesta es contundente: “Aturdidos con el confinamiento”.

Ya lo había advertido desde hace varios días, Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EE.UU., el principal asesor del presidente Donald Trump para el manejo de esta pandemia, cuando emitió una alarmante advertencia en medio de una sesión informativa de la Casa Blanca: “Los estadounidenses en todas partes deben cambiar la forma en que viven sus vidas. Ahora mismo”.

Si bien, en Nueva York cada quien hace, viste y opina a su manera, sin que a otros le importe, porque todos se mantienen sumergidos en su propio mundo, hoy tropezarse con alguien en la calle o el supermercado es un peligro inminente. Todo parece sacado de una película. Acostumbrados a estar unos casi encima de otros por el poco espacio, ahora cuando dos personas se acercan en una acera se miran con angustia, con miedo. Se esquivan rápidamente porque todos somos potencialmente portadores de un virus letal.

El pánico no es infundado. El alcalde De Blasio ha dicho que en la ciudad entre cuatro y cinco millones de personas podrían infectarse.

En los almacenes, tiendas o pequeños supermercados o restaurantes -a los cuales se les permite vender para llevar-, las personas pueden entrar por turnos y hay que conservar la ‘distancia social’ de 2 metros (6 pies). Incluso algunos negocios han instalado láminas transparentes en los puntos de pago para proteger tanto a cajeros como a clientes, evitando al máximo el contacto cara a cara.

También se ha promovido que los trabajadores de domicilios no tengan conexión con el solicitante del pedido y todo se deje en la puerta.

Las aceras de la 5a. Avenida se ven más anchas sin la cantidad habitual de transeúntes. Foto: Freddy Naranjo 

Un gran pánico

En otros espacios como el del transporte, igualmente el temor acecha: al subirse a un bus, los asientos de la parte delantera deben quedar desocupados para evitar cercanía con el conductor, y los pasajeros deben abordar asientos intercalados. En el metro, en el que en tiempo normal se suben en un día casi seis millones de neoyorquinos, ahora solo lo hacen un puñado que tratan a la fuerza de no rozarse unos a otros.

Pero si en los sitios públicos, la lucha por no contagiarse se hace a toda máquina, dentro de los hogares, la situación no es distinta. Lina Jaramillo, una colombiana residente en East Elmhurst, Queens, que llegó a Nueva York hace cinco años y trabaja como mesera, cuenta que desde inicios de marzo cuando empezó “esta tragedia”, evita verle la cara a su compañera de apartamento, una señora de 70 años que sufre de asma.

“Esto me genera un gran pánico porque sé que los mayores y con una condición como la de ella son los más vulnerables. Me mortifica la posibilidad de infectarme ahora que perdí el empleo, pero más que yo pueda infectarla -dice-. Por eso limpio tomacorrientes, grifos y las agarraderas de la nevera y el microondas, todo lo que compartimos”.

Queens es precisamente el condado de la ciudad con el mayor número de contagiados, donde habita la más grande colonia de chinos, especialmente en el área de Flushing, el primer sitio en el que se vinieron a pique los negocios, dada la relación que la gente empezó hacer con Wuhan, la ciudad china donde se inició esta pandemia. Y, recientemente, un afroamericano le roció un tubo de ambientador a un asiático cuando se le hizo al lado en el metro de Nueva York. Es claro que también hay un brote de xenofobia y cunde el pánico.

“Nuestra mente está muy perturbada. A mí realmente me da pavor salir a la calle. Lo hago solo porque tengo que sacar a mis dos labradores, pero salgo con doble gafas, guantes y tapabocas. Y cuando entro, me quito la ropa en un sitio aparte y paso al ejercicio de desinfectar todo, incluso las patas de los perros. Aquí hicimos un gran mercado y por ahora no necesitamos salir a nada”, relata Andres Acevedo, otro colombiano, quien reside en Woodhaven, límites entre Queens y Brooklyn.

Cada quien en Nueva York desde su posición ha sobrellevado esta crisis a su manera. Si bien, al terror de contagiarse del letal virus, millones de residentes en esta ciudad también sufren porque se quedaron sin trabajo, en especial los inmigrantes, quienes en su inmensa mayoría no tienen seguro médico, no tendrán dinero ni para pagar la renta, ni todos serán beneficiarios de los apoyos económicos del Gobierno Trump. En los últimos 15 días, más de 10 millones de trabajadores se inscribieron para aspirar a una ayuda de desempleo, mientras la cifra sigue en aumento.

En contraste, me tropiezo con un ejecutivo estadounidense residente en MidtownManhattan, Jack David, un insurance compliance profesional, y hablamos de la situación y sus preocupaciones: “La vida se ha vuelto un poco sedentaria. Solía correr por la ciudad e ir al gimnasio con bastante regularidad. Ahora, por lo general, doy menos de 1.000 pasos por día: solía ver muchas obras de teatros y conciertos, pero ahora eso se detuvo por completo. Me faltan al menos cuatro shows (Broadway), pero parece que serán más”.

David igualmente cuenta que, en su vecindario, todas las noches, cuando el reloj marca las 7:00 p.m., la gente viene a sus ventanas y sale a sus terrazas para animar y aplaudir a los trabajadores de la salud y a otros empleados esenciales que mantienen las cosas en marcha. “Es realmente alentador ver eso”, exclama.

Todos los espectáculos de Broadway están en pausa. Ahora los artistas de la emblemática zona son los del servicio de aseo. Foto: Freddy Naranjo

El personal médico de Nueva York, son los otros abanderados en estas horas de sosiego. Como ha sido ampliamente difundido en medios, el gobernador Cuomo ha dado una dura pelea en la consecución de suministros y equipos, incluso enfrentándose al propio presidente Trump, para conseguir especialmente respiradores de los que puede depender la vida de cientos de pacientes de covid-19.

El sistema de salud está colapsado. Las salas de emergencias están llenas. Se han improvisado hospitales en carpas en parques, centros de convenciones y complejos deportivos. Se han habilitado hoteles y se trajo un buque-hospital de la Armada. Todo, para cubrir la emergencia y quizás sea poco. Cornelia Griggs, cirujano certificada y especialista en cuidados críticos, lo dijo en el New York Times de manera contundente: “Se nos está viniendo el mundo encima y no me da miedo decirlo”.

Al desbordamiento de los hospitales se suma el de las morgues, por lo que se han instalado depósitos de cadáveres móviles en camiones, puestos en varios condados de la ciudad.

A los hombres y mujeres de bata blanca, se suma una importante cifra de bajas de policías,  bomberos y personal de emergencias, que también han sucumbido ante esta enfermedad.

En la incertidumbre

Algunos expertos dicen que en la ciudad -literalmente-, se vive unos encima de otros. Con una densidad poblacional de 28.000 por milla cuadrada, conexiones aéreas a todos los países del mundo y un ritmo apabullante que congrega muchedumbres, no era difícil que el virus se propagara rápidamente.

Aún es temprano para hacer análisis definitivos y buscar responsables de una crisis en la que lo peor podría estar por venir. Quizás en los próximos 8 o 15 días, cuando se alcance el máximo pico de contagiados, según los entendidos. De Blasio ha dicho que abril podría ser peor que marzo, y mayo peor que abril, mientras que Cuomo ha pedido prepararse para la batalla. “La tormenta será cuando se alcance ese máximo”, dijo vaticinando que el tsunami de infectados se avecina.

No se sabe con exactitud cuándo llegó el virus a Nueva York. Algunos creen que está desde enero.Unos dicen que de Europa; otros, de China. Pero la pregunta que se hace hoy todo el mundo no es esa sino cuándo se detendrá el brote. Aquí la bola de cristal no funciona. Nadie lo sabe, los cálculos van desde semanas hasta lo que resta del presente año.

Manhattan es otra cosa en estos momentos. El miedo ahuyentó a todo el mundo. Foto: Freddy Naranjo 

Camino por la famosa Quinta Avenida de Nueva York, el Rockefeller Center, la imponente Catedral de San Patricio, las Torres Trump, y el silencio abruma. Mínimo trafico, una tensa calma. Avanzo un poco más, y me interno en el fresco y verde Central Park, donde algunos pocos deportistas corren, pedalean o  parecen escapar a la levedad y el mutismo.

Abro el Facebook, y un conocido escribe: “Estoy jodidamente aterrorizado. Todo esto es surrealista. Estoy en la línea para hacerme la prueba de un virus mortal. En realidad estoy temblando”. Otro amigo me cuenta que tuvo todos los síntomas del covid-19, pero que prefirió sanar en casa. Y uno más, confirmado positivo, me dice: “Ya estoy bien, ha sido una de las pruebas más difíciles de mi vida. Estoy totalmente curado desde ayer, pero seguiré en cuarentena hasta dentro de tres por el maldito virus”.

El impacto macro y micro de la pandemia del coronavirus en Nueva York será devastador. La Bolsa de Valores ha caído a mínimos varias veces y el turismo demorará en coger vuelo. El estilo de vida neoyorquino quizás no volverá a ser igual. Será una ciudad irreconocible. No hay duda, la sensación es extraña.