| Foto: León Darío Peláez

EDUCACIÓN SUPERIOR

Lo que lograron los estudiantes: un acuerdo histórico para el desarrollo de la Nación

La nación debe aplaudir lo acordado entre el gobierno y los líderes estudiantiles. Es histórico que se sienten a debatir la ministra y los estudiantes y muy novedoso que se pongan de acuerdo. Es un claro indicador de un país que comienza a cambiar. Análisis del pedagogo Julián De Zubiría.

14 de diciembre de 2018

Culmina el prolongado paro en la educación superior colombiana. Durante más de dos meses se suspendieron las clases en todas las universidades y los institutos tecnológicos del país. El 10 de octubre del año en curso, la nación se vio sorprendida por gigantescas movilizaciones en las principales ciudades, las cuales, para asombro de todos, estaban encabezadas por los propios rectores. Durante este tiempo, la educación se convirtió en el tema más importante de discusión a nivel nacional.

Los noticieros incluían en sus titulares los avances de la negociación, cientos de veces fueron entrevistados sus dirigentes en la televisión y la radio; en todas las reuniones sociales se discutían la pertinencia y la viabilidad del paro. Así mismo, los que no marchábamos, continuábamos la discusión en las redes.

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A diferencia de las protestas estudiantiles anteriores, éstas tenían más poesía que policías, más música y arte. En ellas, los estudiantes, por lo general, no terminaron procesados, sino conversando y cantando en las tiendas de la esquina. En un hecho tan inusual como bello, como mecanismo de expresión, los argumentos sustituyeron a las piedras y los libros a las balas. Un movimiento estudiantil diverso, pacífico y reflexivo emergió en el escenario nacional. Con gran solvencia, los jóvenes debatían en los medios sobre la reforma a la ley 30 de 1992, la situación financiera de las universidades oficiales y lo equivocada que había sido la política en la educación superior de los últimos gobiernos. De esta manera, los jóvenes terminaron por ganarse el corazón de los colombianos.

La población siempre estuvo del lado de los estudiantes. Se oyeron múltiples voces de apoyo de artistas y líderes de opinión, en todos los rincones del planeta. Es sencillo de explicar: su causa fue justa, sus argumentos convincentes y era evidente que hacían todo lo posible por evitar los desórdenes, las pedreas y los enfrentamientos con la fuerza pública. Casi siempre lo lograron. Incluso, y como hecho para contarle al mundo, en todas las movilizaciones crearon cordones humanos para proteger a la policía de actos vandálicos de encapuchados infiltrados. La nota triste y trágica se dio en la última marcha: cuando más cerca estábamos de los acuerdos, más irresponsabilidad hubo en el manejo de la fuerza pública. Estuvimos muy cerca de perderlo todo. Afortunadamente, terminaron triunfando la ecuanimidad, las soluciones dialogadas y el desarrollo nacional.

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Estamos ante un acontecimiento histórico en Colombia. El gobierno se sentó a dialogar con los estudiantes sobre la política pública y, todavía más sorprendente, se lograron importantes compromisos entre la ministra de educación y los delegados de todas las fuerzas estudiantiles representadas en lo que ellos llaman sus tres principales “plataformas”: ACREES, FENARES y UNEES. Acuerdos que la nación espera que sean respaldados por los estudiantes del país en cada una de sus regiones e instituciones de educación superior.

De los mismos salen fortalecidas las universidades oficiales y los institutos tecnológicos. Esto implica un cambio radical en la política pública que habían implementando los últimos gobiernos en la educación superior. Mientras las universidades cuadruplicaban el número de estudiantes, los recursos se mantenían congelados en términos constantes. Cada año se transfería menos dinero por estudiante a las universidades oficiales y más al ICETEX y las universidades privadas. En un hecho inaudito, en los últimos años, mientras se caían las universidades oficiales, cuatro billones de pesos fueron transferidos del Estado a las principales universidades privadas mediante el programa Ser Pilo Paga, programa que será recordado como la chispa de la revuelta estudiantil de 2018.

El principal punto del acuerdo consiste en incrementar las transferencias del Estado hacia las universidades oficiales. A partir de la fecha, el gobierno va a transferir los mismos valores del año anterior pero incrementados en unos puntos adicionales al IPC (3,5% adicional para el 2019 y 4,65% para el 2022). La cifra de 4,65% adicional no es arbitraria, ya que corresponde a los cálculos que ha realizado el SUE sobre el incremento de los costos en las universidades para el promedio de la última década. Esto es significativamente superior a lo acordado con los rectores de las instituciones oficiales el 26 de octubre pasado. Sumados los diversos aspectos involucrados, son 4,5 billones de pesos los que se destinarían adicionalmente para las instituciones de educación superior y la ciencia en el país. Es una plata que no tiene pierde: la inversión en educación es la más rentable económica, social y culturalmente que conoce la humanidad. Sin embargo, hay que garantizar indicadores claros y verificables de impacto en la calidad.

Salen especialmente fortalecidos los institutos tecnológicos, ya que recibirán los dineros que descuentan a sus estudiantes por participación electoral. Los profes recobran unos beneficios que habían sido eliminados en la reforma tributaria del 2016 sobre gastos de representación y se aumentan de manera importante los recursos para la ciencia y la investigación, así como para la planta física de las instituciones de educación superior. De esta manera se podrá disminuir el atraso tecnológico y comenzar a solventar los graves problemas de infraestructura de las universidades oficiales.

Hay que aplaudir al gobierno por sentarse a dialogar con los estudiantes, por recurrir a los argumentos y no a la fuerza pública; a la persuasión y no a las detenciones masivas. Hay que felicitarlo, porque revirtió la política pública que venía estrangulando financieramente a las universidades oficiales. Hay que reconocer su esfuerzo y su valentía. Cambiaron la manera de resolver los problemas en las universidades y la política pública en educación.

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Hay que enorgullecernos del nuevo movimiento estudiantil que ha emergido en Colombia. Después de escuchar al presidente del senado y a los congresistas en sus discusiones, ver debatir a los estudiantes nos permite concluir que el país sí tiene futuro, que las nuevas generaciones han superado con creces a las anteriores y que sí es posible construir una nación que reconozca y valore las diferencias, que aprenda a resolver de manera dialogada sus conflictos y que reconozca que los argumentos son la mejor fuente para saber si una idea es válida o no.

Acompañé a los jóvenes desde antes de que iniciaran sus marchas y me quito el sombrero por lo que han logrado. Sinceramente creo que cientos de miles de padres deben estar pensando lo mismo. Es grato ver a los estudiantes en la televisión analizando los problemas del país y no en la calle lanzando “bombas caseras” y tapando su cara con capuchas. Es esperanzador saber que los líderes estudiantiles se pudieron sentar a discutir con la ministra de educación. Emociona ver a jóvenes de menos de 23 años levantando un paro porque entienden que en una negociación todos tienen que ceder. Es el mejor regalo que el gobierno y los estudiantes le otorgan a la nación.

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Quedan diversos y complejos problemas por resolver en el mediano y largo plazo, relacionados con la reestructuración del ICETEX y con los contratos laborales de los docentes ocasionales. Por ello es muy importante asegurar la continuidad de una mesa técnica de alto nivel. Además, todos tenemos que entender que los problemas de la educación superior no se resuelven solamente con recursos. Es necesario aprovechar la oportunidad para realizar los ajustes administrativos, institucionales y pedagógicos que han sido, una y otra vez, aplazados. No será con plata que cambiemos los modelos pedagógicos, los anacrónicos sistemas de evaluación y un diseño curricular fragmentado, incoherente con un mundo flexible y globalizado. También es necesario que se comprenda que las dificultades más graves en calidad y finanzas están en la educación inicial y básica. Por tanto, no todos los recursos pueden irse hacia la educación superior. El problema bien complejo es que los menores de edad no marchan en las calles. Por eso, siguen siendo débiles la calidad y el derecho a la educación inicial en Colombia. Los jóvenes y los adultos tenemos que marchar por ellos.

Toda la nación tiene que pensar en la gran revolución pedagógica que les debemos a las nuevas generaciones. Ojalá aprovechemos el levantamiento del paro para reelaborar los nuevos currículos y los nuevos sistemas de formación que deberán orientar la educación en Colombia. Mientras nos ponemos de acuerdo en un gran pacto nacional para organizar y enfrentar estos problemas, invito a toda la sociedad a respaldar estos acuerdos, a vigilar que se cumplan y a enviar un abrazo emocionado a quienes los hicieron posibles: la ministra de educación, los estudiantes colombianos y sus líderes nacionales.