Grecia y Turquía han sido adversarios históricos, como antiguas potencias del este del mediterráneo. Países con tradiciones muy distintas, y con una cultura religiosa y política que ha resultado en conflictos. Hoy los países viven una actualidad muy distinta. En las elecciones recientes en Grecia, el partido conservador (Nueva Democracia) ganó con un amplio margen. El nuevo primer ministro, Kyriakos Mitsotakis, pudo obtener esa victoria con un programa económico ortodoxo: incentivar la inversión privada, reducir las tasas tributarias, y limitar la burocracia estatal.
El resultado refleja la desilusión con el gobierno liderado por el antecesor Alexis Tsipiras de la alianza de izquierda radical, llamada Syriza. Esa administración había llegado al poder en mitad de la crisis de la deuda griega y ante la desilusión con los resultados de la membrecía en la Unión Europea. Sin embargo, los altísimos impuestos, la tasa de desempleo del 18% y la continua crisis económica, implicaron un amplio rechazo al “experimento” de la izquierda en Grecia. De por sí, la nueva oposición a la Unión Europea, proviene de la extrema derecha, bautizada “Solución Helénica”, que propone la construcción de un muro en el norte del país, para evitar los inmigrantes a Grecia.
En el caso griego, se ha impuesto el cambio democrático. La administración conservadora llega con muchas esperanzas, pero tendrá que demostrar que logra evitar el clientelismo y las rivalidades internas que ya anteriormente causaron debacles políticas. El nuevo primer ministro, consultor privado en su vida anterior, tendrá que demostrar que logrará no solo implementar una nueva política económica, sino domar las difíciles tendencias politiqueras de su propio partido.
Turquía, por su parte, vive la consolidación en el poder del régimen autócrata de Recep Erdogan. El más reciente “autogol”, como lo llaman los analistas críticos del gobierno, fue haber echado al presidente del banco central, Murat Cetinkaya. El argumento presentado por el presidente turco, fue que las altas tasas de interés eran las causas de la alta inflación. Y este argumento, contrario a toda lógica económica, lo sostenía, a pesar de que se había logrado la reducción de la inflación del 25% al 16% y se había logrado estabilizar temporalmente la tasa de cambio.
Con el anuncio de Erdogan, se volvió a profundizar la crisis. La lira turca perdió el 3% del valor frente al dólar y el euro, y la bolsa de valores tuvo una caída de casi el 2%. Y ante la política monetaria del banco central de los EE. UU., es poco probable que el banco central de Turquía pueda efectivamente bajar las tasas de interés, sin que esto conlleve a una renovada huida de capital de ese país. A su vez, la compra de equipo militar desde Rusia revive el fantasma de la guerra comercial con la unión americana, lo que resultará en menores tasas de crecimiento. Así se tendrá que demostrar cuál es la vía más apropiada para dar respuesta a la crisis económica. Por un lado, está el régimen democrático, con política económica ortodoxa y visión europea, como es el caso de Grecia. Por otro, el régimen dictatorial, con creencias económicas heterodoxas, y con una visión pro-rusa y anti-occidente, como es la propuesta de Turquía. Cual tenga más éxito tendrá consecuencias más allá de las fronteras de estos dos países.
Rafael Herz
Vicepresidente de la ACP
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