VIERNES, 26 DE ABRIL DE 2024

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Mauricio Reina
Columnista

El espejo de Bolivia

El gobierno prefiere no hablar duro de reformas para no erosionar su capital político, y los actores económicos andan en las mismas.

Mauricio Reina
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Mauricio Reina

Hace casi un año, cuando Evo Morales renunció a la presidencia de Bolivia, muchos pensaron que había terminado la larga permanencia del Movimiento al Socialismo en el poder. Pero los péndulos políticos no se mueven solos, sino que responden a las necesidades y expectativas de la gente.

Ahora Luis Arce ha sido elegido como nuevo presidente de Bolivia, esencialmente porque fue ministro de economía de Evo en un periodo en que su país tuvo un desarrollo económico y social sin precedentes. Entre 2006 y 2018 la economía boliviana creció a un ritmo anual promedio de 4,8 por ciento y la pobreza se redujo de 60 a 35 por ciento.

Este auge coincide con el super ciclo de los productos básicos que impulsó a todas las economías sudamericanas, pero en el caso de Bolivia estuvo acompañado de políticas deliberadas como la estatización de la minería y serias medidas redistributivas.

Arce ganó porque la mayoría de sus electores espera que Bolivia siga en la ruta del crecimiento económico y el avance social. Mientras tanto, se aproxima otro super ciclo en la región: el de las elecciones presidenciales.

El año entrante irán a las urnas los votantes de Perú, Ecuador y Chile, y en 2022 lo harán los de Colombia, Brasil y Costa Rica. Eso sucederá en el contexto del gran deterioro social que nos ha dejado la pandemia, y la probabilidad de un brusco viraje hacia la izquierda es cada vez mayor.

El aumento del desempleo se ha convertido en el rasgo dominante de la crisis. Para finales de este año la desocupación en Colombia estaría rondando el 17 por ciento, y en 2021 podría quedar entre 15 y 16 por ciento, uno de los más altos de la región.El impacto sobre la pobreza también es desastroso.

Según cálculos de Jairo Núñez, investigador de Fedesarrollo, al aplicar la nueva metodología revelada hace unos días por el DANE, y tras analizar los estragos de la pandemia, Colombia terminaría el 2020 con 50 por ciento de la población en condiciones de pobreza.

No sobra recordar que el país ocupa actualmente el segundo puesto entre las economías con mayores índices de pobreza en suramérica.

Para enfrentar esa situación debemos hacer urgentemente reformas estructurales: en primera instancia, una laboral que permita reducir el desempleo, y otra tributaria que, aparte de ayudar a llenar el hueco fiscal, impulse el crecimiento y la redistribución del ingreso.

A pesar de la urgencia, el país anda como atolondrado. El gobierno prefiere no hablar duro de reformas para no erosionar su menguado capital político (hace unos días decidió eliminar cualquier rastro de reforma laboral del borrador del CONPES de reactivación), y los principales actores económicos andan en las mismas, como si así desapareciera mágicamente la imperiosa necesidad de aplicar políticas redistributivas.

Es bien sabido que cuando un sapo cae en una olla de agua hirviendo, salta y se salva. Pero si en cambio el sapo flota atolondrado mientras el agua se calienta, ni siquiera alcanza a ver el espejo de los vecinos.

Mauricio Reina
Investigador asociado de Fedesarrollo.
mauricioreina2002@yahoo.com

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