Las fiestas de fin de año mostraron el alto grado de indisciplina social de los colombianos, la desidia de un gran porcentaje de los jóvenes frente a los riesgos de sus mayores, el consumismo desenfrenado y la miopía y ceguera de nuestros gobernantes frente a la situación de la salud.
La consecuencia fue el recrudecimiento de la pandemia y la ralentización temporal de la tendencia de recuperación económica y por supuesto, de la mejora de los indicadores de empleo formal y, adicionalmente, con costos inmensos para cerca del 50% de la población activa que trabaja en las calles, sin seguridad social y con un pobre acceso a los derechos humanos fundamentales.
De todas maneras, cualquier proyección económica estará signada por la incertidumbre del comportamiento de la pandemia y necesariamente los analistas económicos deberán corregir sus proyecciones de acuerdo con la evolución de los factores que han determinado en muchos casos que se les haya derogado su excluyente universo teórico ortodoxo dominante.
No parecería que existiera posibilidad diferente en el corto plazo que utilizar la política económica para aumentar la demanda interna, priorizar el consumo de la producción nacional y posiblemente flexibilizar hacia el alza la emisión monetaria, tomando en consideración los bajos niveles de inflación.
Esto implicaría aplazar las metas de corrección del déficit fiscal, con mecanismos que signifiquen aumentar los subsidios directos a la población, a la que las necesarias medidas de protección a la salud les ha negado el derecho a la subsistencia; priorizar la protección a los sectores reales de la economía (industria, agricultura y servicios esenciales) y, en consecuencia, tomar las decisiones adecuadas para grabar los sectores que generan las más utilidades con actividades improductivas y así promuevan un círculo virtuoso en la distribución del ingreso, que en el país, según el coeficiente de GINI, es uno de las peores del mundo.
Los recursos asignados por el gobierno, no necesariamente ejecutados, en el marco del Estado de Emergencia por la pandemia de Covid-19 ascendieron a 28,9 billones de pesos. Hasta ahora no se conoce con certeza la magnitud del porcentaje del déficit sobre el PIB en 2020.
Finalmente, del dato real se determinará la magnitud de la reforma tributaria que se presentará al legislativo que se encuentra a un año de su renovación por las elecciones. Sin embargo, la real discusión sobre esta reforma estará signada precisamente por los hechos descritos.
La disyuntiva es clara: se orientará a grabar a los estratos altos de mayores ingresos, a las utilidades del sector financiero, a eliminar los subsidios a ciertos sectores económicos con gran poder de lobbying y a las denominadas transferencias por parafiscales o si, por el contrario, se decidirá priorizar el grabar, por ejemplo, el IVA a la canasta familiar, continuar aumentando los impuestos a los sectores productivos que generan riqueza, desarrollo, crecimiento, sostenibilidad y a los ingresos de las clases medias y de los pensionados.
Es la hora de la heterodoxia. Así fue en la crisis de los 30 del siglo pasado y así lo están haciendo en la situación actual los países desarrollados.
Germán Umaña Mendoza
Profesor universitario.
germanumana201@hotmail.com