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Carlos Gustavo Álvarez
Columnista

La clase de Johanna

El diagnóstico presente enrevesa aún más la situación. Ya no se trata de una simple preferencia sino de una adicción.

Carlos Gustavo Álvarez
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Carlos Gustavo Álvarez

“Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla. Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan, ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies”.

Hace cinco años, este epitafio profesional del profesor uruguayo Leonardo Haberkorn obtuvo difusión y un pródigo aplauso. Ilustraba la batalla perdida de los docentes ante la irrupción de la tecnología en el salón de clase. Mejor dicho, el comienzo de la hegemonía del celular, cicuta no solo del aprendizaje sino de la vida familiar y las relaciones reales.

El diagnóstico presente enrevesa aún más la situación. Ya no se trata de una simple preferencia sino de una adicción. Ya no se hace referencia al aspecto bienhechor de las redes sociales, sino a la calculada manipulación de las empresas, que con el grillete del algoritmo nos mantienen del timbo al tambo. Expropian la vida privada.

La venden. Sumergen a los usuarios de internet y de los celulares en cuadros de ansiedad, depresión, estrés, pérdida de la autoestima y nuevas situaciones clínicas como la nanofobia y el vamping. Un problema mundial de salud.

Y en esas estábamos cuando comenzó la pandemia. Y la interconexión se convirtió en alternativa única, y no se sabe qué hubiera pasado si no hubiera sido así. Lejos de los colegios, los encerrados padres de familia y sus hijos pasaron a “recibir” clases a través de Zoom, StreamYard o Google Meet.

Los alumnos que volverán a los salones (tal vez ya sean “salas”) no serán los mismos... En la ‘alternancia’ o en lo que sea que pase en el intento de retornar a clases, mientras Fecode recupera la normalidad del paro.

La tecnología, gústenos o no, adquirirá una importancia mayúscula en la pedagogía. Y es aquí cuando hay que hablar de Johanna Farid Bernal Rodríguez. Joven, docente de vocación, investigadora y profesora universitaria de esa materia, que por lo menos a mí, me dejó en los puros coloides: Química (orgánica e inorgánica). Y Bioquímica.

Su asunto, transitado ya como una obsesión, es lograr que los profesores adquieran las competencias digitales que los sintonicen con los conocimientos y los recursos que imantan el interés de sus alumnos. Por eso escribió “Gestionando el cambio global: uso de las Tecnologías de Información y Comunicación como recurso educativo”.

Su primer libro. Y “Ediciones de la U” acaba de publicar su segundo aporte a esta cruzada: “Tecnologías para un aprendizaje activo: recursos digitales para innovar en el aula”.

Este hilo de Ariadna de 235 páginas y siete capítulos sirve para sacar del laberinto del conflicto al Minotauro de la docencia marchita.

Tal vez en los Ministerios de las TIC y de Educación deban entender el salón de Johanna. Con el modelo de clase invertida, la gamificación y un aprendizaje basado en proyectos, competencias y cooperación. Desgranados en códigos QR. Una verdadera disrupción.
¿Dónde estás, profesor Haberkorn?

Carlos Gustavo Álvarez
Periodista
cgalvarezg@gmail.com

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