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Carlos Gustavo Álvarez
columnista

La ‘liga de las partes maltratadas’

El doctor Carlos Francisco Fernández viene desarrollando en El Tiempo y en CityTV una interesante propuesta pedagógica sobre la salud.

Carlos Gustavo Álvarez
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Carlos Gustavo Álvarez

El doctor Carlos Francisco Fernández viene desarrollando en El Tiempo y en CityTV una interesante propuesta pedagógica sobre la salud. Uno de sus componentes es la entrevista a órganos y partes del cuerpo, en la que explica de forma sencilla y dummie posible, asuntos como su funcionamiento y los mitos que padecen, y enseña a cuidarlos y a tratarlos como se merecen.

Planteamiento periodístico muy valioso, que me recuerda esos artículos de Selecciones del Reader’s Digest, en los que se descomponía en cada edición la anatomía de alguien llamado ‘Juan’. La sección no sobreviviría hoy, en un mundo de igualdad de género, sin ocuparse de las partes de ‘Juana’.

Una reciente entrega sobre la maltratada rodilla me animó definitivamente a hacerle una propuesta, que protocolizo en esta columna: doctor Fernández, creemos la ‘liga de las partes maltratadas’. Y aboguemos en el término de la distancia por la abolición de malas prácticas con inocentes y vitales órganos de nuestro cuerpo. Todo comenzó hace algunas semanas, cuando se me instaló un grano en una de esas partes que uno no quisiera tenerlo, válgame Dios: la nariz. Frontal, en toda la puntica, sin posibilidad de disimulo. Ahí.

Comenzaron, entonces, días en los que sobrellevé con paciencia el inflamatorio desarrollo natural del asunto, y durante los cuales me fui pareciendo, en términos de tamaño, a Ferdinand, el personaje de la más famosa tira cómica sin globos.

A la semana, ya éramos entrañables amigos. Mi nariz y yo. No podía frotármela ni zarandearla, y mucho menos husmear con mis dedos el interior de las fosas nasales, como hacemos todos, cayendo incluso en la aparatosa mucofagia. Nada de eso. Empecé a palparme con ternura y cuidado una de mis dos más significativas protuberancias. Luego de varias sesiones de mindfulness y la repetición de un mantra holístico, pude por primera vez en la vida estrenar la fuerza de voluntad y no mandarme a menear mi valioso órgano del olfato.

Y así comprendí que ella –la enorme, la que hacía posible el único contacto de Jean Baptiste Grenouille con El perfume y el mundo, la que cada día se convierte más en el heraldo que anuncia mi presencia y que Mheo captó con acierto en la carátula de Tome pa’que lleve el libro– es objeto de constantes e impíos maltratos. O a ver, ¿quién de ustedes no la hurga, bambolea con la palma de la mano o raspa como guacharaca en puya, aplicando ese refrán que reza: ‘comer, besar y rascar, el asunto es empezar’. Me puse a mirar a la gente, su definitivo atropello contra el órgano olfativo que lleva el aire a nuestros pulmones. Y no entendí cómo no somos un país de desnarigados.

Para no hablar de los ojos. Hago parte de una generación que recibió de sus padres una advertencia esencial, cuando lo veían a uno acoquinándose las vistas: “no se moleste los ojos”. La cual era reforzada, cuando no producía efecto, con esta otra: “¡que no se moleste los ojos, carajo!”. La nariz. Los ojos. Los pies. ¡Hay que ver cómo tratamos a los pies! Doctor Fernández: ¡salve usted nuestro estómago!

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