Facetas


La historia debajo de una palangana

Las mujeres de Palenque que venden frutas en el Centro amurallado encarnan un patrimonio vivo de la cultura cartagenera y palenquera.

GUSTAVO TATIS GUERRA

27 de febrero de 2021 03:53 PM

Desde que a las mujeres fruteras de San Basilio de Palenque las uniformaron con un estridente vestido de bandera nacional en el corazón amurallado de Cartagena, se perdió la singularidad de sus vestidos típicos y se homogeneizó algo que es un sello de identidad en todas ellas: la gracia natural.

Estas mujeres, nacidas en el palenque de San Basilio, a las que todo el mundo reconoce como palenqueras, tienen una historia más allá de la palangana de frutas.

Son descendientes de las primeras mujeres africanas que en las noches de la antigüedad huyeron de la impiedad del conquistador español y se refugiaron en la espesura de las ciénagas y los montes, más allá de la ciudad amurallada con sus guardias diurnos y nocturnos y sus llaves, que cerraban por las noches la ciudad virreinal. Alumbradas por las lámparas de luna llena y el viento de las luciérnagas, fueron guiadas por Benkos Biohó y, en el peregrinaje de la resistencia, trazaron mapas de fugas en su cabellera y guardaron semillas para erigir el palenque como un territorio y un bosque de libertad.

Así que detrás del teclado blanco de su ancha sonrisa que da la bienvenida a la ciudad de Cartagena de Indias, en sus plazas, que fueron bazares de la esclavitud, lo que late debajo de sus palanganas de frutas es una larga historia de sufrimiento, sacrificio, dignidad y resistencia. Jamás he escuchado y sabido que una palenquera haya sucumbido a la amenaza de la pobreza o las pestes que han asolado a la ciudad en cinco centurias.

Son mujeres que amanecen y anochecen trabajando, matriarcas del clan familiar, abnegadas y con una sabiduría heredada que ha protegido por igual una lengua bantú ancestral que resistió el paso de los siglos y se mantiene viva entre todos sus habitantes, y es la segunda lengua que se habla después del español dentro y fuera de Palenque. Tienen un espíritu de entrega a su familia y por ella trabajan de sol a sol, sin perder la gracia y el espíritu de una sabia, aguerrida e invencible alegría.

Cuando alguien muere entre los suyos, ellos sanan el dolor con una danza ritual y unos cantos con tambores, el legendario Lumbalú en el que, más allá de los nueve días y nueve noches de velorios, la comunidad asiste a los deudos con alimentos, manjares de la tierra, bebidas, enyucados, alegrías con coco y anís, y ese abrazo quiebracostillas que nunca falta y esa ternura que tiene el cantaíto palenquero, que es capaz de restaurar de las cenizas los espíritus que han sufrido una pérdida. La solidaridad es entendida entre ellos como la única salvación comunitaria, la acción solícita sin esperar compensaciones, el gesto de entrega es ya un premio. (Le puede interesar: El discurso del turismo que se vende de Cartagena)

El peso del mundo

Llevan el peso del mundo sobre sus cabezas y un cielo de frutas estalla en el brillo plateado de sus palanganas. Estas heroínas, invisibles e insoslayables, son la imagen grata y conmovedora de Cartagena de Indias, en sus baluartes y horizontes cerca al mar. Nunca se fueron de Cartagena de Indias, siempre estuvieron con nosotros, antes, durante y después de que fundaran sus palenques. Y la sangre de Benkos Biohó, derramada en la actual Plaza de la Paz en aquel 16 de marzo de 1621, luego de la traicionada firma de paz, ató a sus descendientes y a toda su estirpe a la memoria de los lugares recorridos en la travesía de la resistencia a la libertad. Benkos siguió vivo más allá de ser ahorcado y descuartizado por los soldados españoles que lo capturaron cuando caminaba desprevenido y confiado, cerca de los paisajes donde antes había sido sometido junto a miles de africanos despojados de sus familias y de sus reinos ancestrales. Las familias de palenqueros se quedaron con sus familias entre nosotros, muchos años huyendo de la brutal persecución y, muchos años después, habitando clandestinamente los reinos casi invisibles de la bahía y la ciénaga. Los hermanos palenqueros se quedaron viviendo hace más de un siglo en casas improvisadas al pie de la muralla frente al mar, casas que estaban más en el aire que en la tierra, por debajo de esos tambos llegaban las olas y resonaba el mar, eran casas de bahareque sostenidas con varas y piedras. De allí surgieron los barrios Boquetillo, Pekín y Pueblo Nuevo, que en 1949 fueron trasladados a Canapote. Muchos de esos palenqueros se quedaron en Chambacú, luego, en Torices, Nariño, entre otros barrios. Se quedaron entre nosotros con su lengua ancestral bantú y compartieron con nosotros la sabiduría de su visión africana del mundo y el encanto perdurable de su música.

La pobreza sigue persiguiéndolos, como los perros feroces de la conquista. Pero nunca han perdido la dignidad, el sentido del trabajo, su indeclinable búsqueda de superación individual y comunitaria y su inmensa capacidad de resistir y reinventar la libertad. Hoy, cerca de cumplirse, el 16 de marzo, cuatrocientos años de la muerte de Benkos Biohó, Palenque, Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad, es una sociedad organizada que desterró el analfabetismo, protegió la lengua ancestral y reafirmó los frutos dorados de su rica y múltiple cultura enraizada a la memoria de la tierra y al espíritu de África. Es una de las reservas culturales de Bolívar que más ha apostado a la educación, a la investigación y a la creación. De allí surgen, en un semillero prodigioso, antropólogos, sociólogos, escritores, músicos, artistas, entre otros, acompañando el legado del Sexteto Tabalá de Palenque, que dirige Rafael Cassiani, agrupación que hace rato celebró sus noventa años de historia y aún sigue sonando y encantando al mundo.

Epílogo

Las mujeres de Palenque que venden frutas en el Centro amurallado de Cartagena, uniformadas con los colores de la bandera nacional, encarnan un patrimonio vivo de la cultura cartagenera y palenquera. Son un ejemplo de resistencia y dignidad en la vida de la región y la nación.

Ninguna palenquera se ha prostituido ni feriado, en ningún momento de la historia. Mantienen la altivez de unas diosas bantúes, caminan como danzando, como si una palmera estuviera sometida al vaivén del viento, y al hablar es como si una música susurrara prodigios a flor de labios. El universo se reconcilia otra vez con aquellas sabias mujeres de la antigüedad que en sus cabellos trazaron el mapa de la fuga y la semilla de la libertad.

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