Nuestra sociedad se mantiene en permanente contienda. Reflexión, que es una constante en mis líneas, como una impronta de traza inevitable, no por el ánimo de ser fatalista, sino porque es la percepción inquebrantable de la existencia, es más, de la historia misma de la humanidad, donde el odio y la maldad parecieren ser la única forma de supervivencia. De hecho, vivir representa grandes riesgos, los que se vuelven más evidentes dependiendo del oficio que se ejerza. Fungir como abogado penalista es para mí una vocación hermosa y gratificante, pero al tiempo implica enfrentarse a problemas constantes de toda índole. Aun así, nada supera el ejercicio de la política, desde la Grecia antigua hasta hoy; ni siquiera la primera línea militar en zona roja logra superarla.
Se presume que a la política se llega por vocación de servicio, lo cual no siempre exige una formación profesional, sobre todo para ostentar cargos democráticos en los que el pueblo tiene la libertad de elegir a quien despierte su confianza y empatía, sin importar que el candidato esté o no calificado para ejercer el liderazgo. Lo anterior, nos da permiso de inferir que el líder de una administración puede ser inexperto, pero sus asesores y colaboradores cercanos deben tener preparación, conocimiento y sobre todo estrategia para cumplir los objetivos.
Ahora, la oposición no solo es connatural, sino necesaria, pues, es una forma de ejercer contrapeso a las actuaciones del poder. De hecho, toda obra o acción humana, por más bondades que evidencie, tendrá siempre detractores. El problema es que esa contradicción se materialice a través de métodos no éticos. Hoy nos encontramos en verdaderos campos de batalla sin tregua ni misericordia, en un país polarizado donde si no estás conmigo estás contra mí, donde la ambición desmedida por el poder y el ego se adueñaron de los actores, no importan los medios, el fin los justifica: pulverizar al contradictor.
Y en esa dinámica belicosa, donde la consigna parece ser que todo vale: ataques personales, calumnias, injurias, traición e instrumentalización de instituciones; la política se convierte en guerra, cuando debería ser el instrumento para evitarla. Es una conjugación maliciosa e insospechada para el ciudadano común, pero que, para los curtidos en estas lides, termina siendo un paseo en una tarde de verano.
La actividad política como arma y escenario de guerra, es peligrosa. Para estar en ella se requiere uniforme especial labrado en piel de cocodrilo y estar dotado de personalidad camaleónica; se requiere ser frío y cruel, pues una persona vulnerable saldrá corriendo al psicólogo o a la funeraria. Como dijo Churchill: “La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra nos pueden matar una vez; en la política, muchas veces”.
*Abogado.
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