Muchos han sido los esfuerzos e iniciativas para instaurar la cadena perpetua en Colombia, incluso desde algunos sectores sociales se habla de pena capital, todas estas alternativas proyectadas para anular la esperanza de libertad o vida y así reprimir las delincuencias más graves y reprochables, tales como la violencia sexual contra menores.
El debate es cíclico, la rigurosa propuesta es pendular quizá por ser una de las armas más poderosas en el arsenal del populismo punitivo, y, además, por tenerse como una alternativa legal en otros países como EE. UU., China, Corea del Norte y Egipto. Sin embargo, en ninguna de estas latitudes se ha logrado anular el índice de criminalidad, al punto que no dejan de sorprender las frecuentes masacres.
El nivel de eficacia de esas herramientas es cuestionable, de hecho, en Colombia se aplica condena de muerte sin debido proceso, piénsese por ejemplo en los casos de sicariato y demás homicidios guiados por diversos móviles. ¿Acaso existe duda que en Colombia se aplica la justicia a propia mano? Actores ilegales como los paramilitares, guerrillas y demás bandas criminales que han usado las ejecuciones extrajudiciales y otros tratos crueles ¿han desmotivado el delito? Al contrario, los índices son cada día más altos. Por otro lado, en el contexto de la legalidad se tiene un completo catálogo de sanciones altas que para muchos desborda la expectativa de vida, es decir, en la práctica, hay encarcelamientos perpetuos.
No olvidemos que nuestro sistema constitucional está fundado en el respeto a la dignidad humana, luego, no todos los métodos para mejorar la convivencia social pueden ser utilizados, el Estado no es un fin en sí mismo, sí lo es el ser humano. Para llegar a este punto de civilidad fueron arduas y paulatinas las luchas por la humanización de los derechos y muchas las injusticias cometidas, situaciones más latentes en sistemas judiciales erráticos.
En materia de penas, podría sorprender que la ley del talión fue la primera forma de proporcionalidad, el ojo por ojo y diente por diente marcó un límite objetivo entre el daño causado y la sanción. Y más extrañeza puede causar que, el uso de la guillotina en el siglo XVIII fue una forma de humanizar la pena capital, claro, ella producía una muerte rápida, en reemplazo de la tortura.
Esta historia, y los hechos actuales nos muestran el camino hacia el respeto de los derechos humanos. La solución no está en la naturaleza de la pena. La salida de fondo se encuentra en educar con amor y valores, logrando un país equitativo en el que los asociados no deban desafiar, por imperiosa necesidad, las consecuencias legales o extralegales de tomar el camino desviado.
*Abogado
Comentarios ()