“La economía no es cosa seria y me parece que los economistas tienen muy poca idea de lo que está pasando y mucho menos saben qué es lo que va a pasar”, sentenció hace dos décadas el escritor Héctor Abad Faciolince. “Si no puede contarse con ellos para detectar las amenazas de la economía, ¿para qué tener economistas?”, bramó el Financial Times de Londres al criticar el hecho de que nadie previó el desplome financiero de 2008.
El deporte de darles palo a los economistas no es nuevo. En 1832, durante su exilio en Europa, el general Santander conoció a Jean Baptiste Say, el renombrado economista francés. “Yo he hablado con Say sobre su economía política”, escribió, “y le he dicho que él veía los hombres como debían ser en cuanto a producir, reproducir y consumir, y no como efectivamente eran, por millón y cien mil circunstancias...”.
El último en ir al bate es Robert Samuelson, veterano columnista del Washington Post. “Los economistas no saben tanto como creen que saben”, escribió hace poco. “La brecha de ignorancia es enorme, es decir, la diferencia entre lo que los economistas saben y lo que necesitamos saber”.
En todas las épocas y en todas partes, desde que nació la ciencia económica, hace 250 años, sus practicantes han sido blanco de críticas por su incapacidad para pronosticar el futuro y por más. ¿A qué se debe la permanente vapuleada?
Samuelson tiene razón. El problema es el abismo que existe entre lo que “sabemos” los economistas y lo que se espera de nosotros. La economía lidia con temas que afectan el bienestar material de la gente: la inflación, el desempleo, los salarios y las tasas de interés. De ahí que se le exijan respuestas concretas.
Pero el hecho es que la economía no puede hacer las hazañas que se esperan de ella, pues no maneja certezas. Por lo tanto, es improbable que alguna vez será capaz de predecir el futuro con la precisión que se le pide. La economía sirve para explicar, diagnosticar y prevenir, y, sí, para pronosticar dentro de rangos de probabilidad.
Y la razón es una: los modelos económicos son simplificaciones de una realidad muy compleja afectada por factores fortuitos -algo que olvidan con frecuencia sus críticos-. No se puede juzgar la economía, que trata de explicar el comportamiento humano, con el mismo rasero que las leyes de la física.
Pero ello no significa que la economía es inútil. Hoy entendemos mucho sobre temas vitales como el funcionamiento de la macroeconomía y de los mercados, los determinantes de los precios y las causas de la prosperidad de los países. Esos son enormes logros intelectuales que sí sirven para moldear nuestro futuro.
Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB o a sus directivas.
*Profesor Asociado UTB
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