Columna


La terraza Miramar

WILLY MARTÍNEZ

27 de enero de 2021 12:00 AM

La Terraza Miramar de Manga siempre fue un lugar donde rendíamos culto a la amistad. Mucho más frecuentada por quienes vivían en su cercanía. La embotelladora de CocaCola nos seducía. Allí frente a la terraza, teníamos la oportunidad de observar por un ventanal un ejército de botellas que sobre un riel marchaban una tras otra, produciendo un ruido acompasado y arrullador. La brisa desplazaba el peculiar aroma a corcho y esencia azucarada que invadía un considerable espacio de la vecindad. Hoy el paisaje es diferente, retroceder en el tiempo resulta ser un ejercicio tan exigente a la memoria como a su conexión con los sentidos. Recuerdo que para pescar frecuentaba la terraza en compañía de Manolo del Castillo Ruiseco, sobrino de quien fue después destacado arzobispo de la ciudad. Las calles eran de caracolejos y los cangrejos azules marchaban por los jardines y patios de los Caubet Gómez, los González Johnson, las Méndez Coronado y Doña Rosa Espriella, abuela de Fabián Augusto. La pesca con Manolo se frustró. Un día, sin avisar a nadie, se incorporó a la guerrilla y nos abandonó. Por años rezamos en vano por su vida. Manolo desapareció para siempre.

Jimmy Caubet era aventurero, dicharachero y mamador de gallo, amigo también de Manolo. En los juegos de tapitas lo recordaba. Siempre lamentaba su ausencia y decía que quería ir en su búsqueda. Su hermana Melba se ponía furiosa, igual sus primas Otty Heidman, Rosario y Laura Uribe, quienes no aprobaban su locura. De nada valieron los regaños y los consejos de sus vecinos los nadadores González Johnson, ni los ruegos de su mamá. Una mañana temprano salió en un Brasilia y decidió iniciar sus pesquisas en los Montes de María. Iba con equipo de campaña, brújula, un pequeño radio transistor y una foto de Manolo. Dice el Negro García que se lo encontró en la plaza de Ovejas tomando trago y bailando fandango con una bailadora de tradición que llamaban ‘La Guerrillera’, le hacían ronda, guapirreando, se agachaba, daba vueltas como un trompo y extendía su sombrero con gracia, ¡porque bailador bueno sí era! Pronto regresó a Manga a jugar con nosotros, a referir cuentos en soberbio duelo con Víctor Nates, Albertico Vélez y Joche Manzur. Ahora me pregunto por dónde andará Jimmy, hay que buscarlo para oírle estás historias. Solo así será más fascinante recordar a Manolo, al espectáculo de las CocaCola, la musicalidad sonora de sus botellas, y el perfumado olor, que solo era posible experimentar en la seductora terraza Miramar, hoy convertida en un moderno Club Náutico de lujosos yates y espectaculares veleros, muy bonito, pero con otro aroma.

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