Columna


La palabra como bala

El antídoto no puede ser otro que hacer ‘oídos sordos’, y desmentir con los actos y los hechos lo que se dice de uno (...) ¿será verdad que el que calla otorga, como dice el refrán, o no será...”

MIGUEL YANCES PEÑA

17 de junio de 2019 12:00 AM

Los animales, en sus riñas, antes de agredirse suelen mostrar sus argumentos buscando intimidar. Solo después de agotada esa etapa se atacan. Igual sucede con los hombres en sus luchas de poder, y en los países (in/out) que gobiernan: la verborrea o el chantaje (in), y los ejercicios visibles de guerra (out) cumplen esa tarea.

Bajo esta perspectiva es posible entender ‘la guerra de palabras’ que se ha desatado contra el gobierno, y contra todos los que no se han dejado doblegar, por parte de quienes buscan, o vender la lengua, o mantener los votos obtenidos a punta de hablar mal de todo y de todos. También, de los más peligrosos aun, que pretenden trabarlo, para, haciendo fracasar al gobernante, tener la oportunidad de suplantar el poder democrático.

Con la proliferación de medios de comunicación, redes sociales, también con la guerrilla desmovilizada, se han multiplicado y crecido exponencialmente esos ataques verbales: el uso de la palabra, le llaman. Los golpes más bajos se dan contra las personas que se intenta intimidar, y contra sus familias, pero también contra los actos de gobierno; rara vez contra las ideas. Irrespetuosos algunos: mientras más lo sean, mayor efecto, como el animal con su rugir.

El antídoto no puede ser otro que hacer ‘oídos sordos’, y desmentir con los actos y los hechos lo que se dice de uno, del gobierno o del gobernante. La pregunta que surge es: ¿será verdad que el que calla otorga, como dice el refrán, o no será más bien que ignorar al agresor lo minimiza, y empodera al agredido?

Me inclino por lo segundo, ignorarlo; pero encuentro bien difícil demostrarlo. Intentémoslo: si uno observa lo que se dice, versus lo que miden las urnas, puede concluir que el ciudadano no es fácilmente influenciable; que con frecuencia se inclina hacia el agredido; que se rebela contra lo que le quieren inculcar, y que tiene su propio algoritmo para detectar la mentira, el engaño y lo perverso. En la época de Uribe le llamaban ‘efecto teflón’ al hecho de que sus enemigos no pudieran empapar su honra, a pesar de toda la energía, tiempo y dinero gastados en ese intento.

En esa guerra de palabras lo que menos interesa es mostrar o interpretar la realidad, porque, o no les interesa sino debilitar a la víctima, o están enfocados en convencer al ciudadano a través de un escrito, de que lo que perciben no es la realidad, si no la que ellos dibujan. Y fracasan, porque la gente o no los lee, o no les cree, o los controvierte. En la red no se trata de informar, o de influir, si no de llamar la atención de cualquier manera para vender o venderse, recibir ‘likes’, volverse popular, ganar dinero a través de la pauta, o mostrar una ‘ficticia influencia’ con pretensiones de poder político.

Leer enseña a expresarse, a pensar y a escribir.

*Ing. Electrónico, MBA.

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