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Otro atentado

orprende y entristece que The New York Times haya decidido cerrar, y me parece que para siempre, la puerta a las caricaturas políticas.

16 de junio de 2019 Por:

Sorprende y entristece que The New York Times haya decidido cerrar, y me parece que para siempre, la puerta a las caricaturas políticas. Además de ser un tiro en el propio pie contra la libertad de prensa y un paso en contravía del derecho a opinar, más aún cuando se da en el seno del diario que es y de lo que él mismo representa.

Pero muchas cosas están cambiando y a velocidades impensables. Ya era preocupante, y mucho, que primero (y ya hace un buen tiempo) The New York Times hubiera decidido dejar sin espacio a la caricatura política en su edición local, nada menos que en tiempos de Donald Trump. Peor aún es que ahora lo haga en su edición internacional. ¿Quieren una prueba de hasta dónde son capaces de llegar algunos intereses (tan económicos como oscuros) en plena globalización? Ahí la tienen.

¿Quién puede creer que la publicación de una imagen -polémica como tantas otras, en un género periodístico que siempre sacará roncha- pueda llevar a tomar una decisión tan drástica, aparte de la de, quizás, echar a la calle a quienes se les considera culpables?

La caricatura que sirvió no de razón sino de disculpa muestra a Trump ciego y con kipá, guiado por un perro con la cara de Benjamín Netanyahu, quien lleva la estrella de David como collar. La consideración para condenarla: presunto antisemitismo.

Porque si esa es la medida de las cosas, desde hace tiempos el New York Times debería ser nada más que un recuerdo. Por ese mismo camino habrían desaparecido crónicas, entrevistas, reportajes y demás, por el mero hecho de que algún autor o equipo incurrieron en errores o desproporciones.

Claro está, esa es una exageración. Pero si alguien debería ahora poner sus barbas en remojo, luego de lo de las caricaturas, son columnistas y analistas, más allá del discurso de llamados a la despreocupación y reafirmaciones de independencia que siempre sobrevienen cuando llegan las autocensuras por decreto de los propios medios.

En consecuencia, como lector, ¿debería suspender la suscripción (gratuita y online que tengo) con el diario? No, no lo creo ni lo considero. Ya lo decía arriba, las cosas cambian mucho y una de ellas muy actual es la propiedad de las casas editoriales. No tengo ni idea quién sea el dueño hoy de The New York Times, pero me basta con saber lo que está pasando en Colombia para entender dónde está el verdadero poder, sobre todo a la hora de imponer cortapisas en las redacciones.

Eso sí, el mal está hecho sobre el pésimo mensaje que significa todo esto para el libre ejercicio de la actividad de los caricaturistas que por esencia trabajan y, sobre todo, aportan en materia política. Nunca lo han tenido fácil y parece que ahora lo tendrán más difícil. Al fin y al cabo, el mal ejemplo cunde.

Y caro seguirán pagando su decisión de ir de frente (¿hay algo que vaya más de frente que la caricatura?). A propósito, veo en estos días en Madrid cómo se recuerda la suerte que corrieron el director  (Vicent Miguel Carceller) y el dibujante (Carlos Gómez Carrera) de ‘La Traca’, un  periódico satírico del siglo pasado que publicó caricaturas de Francisco Franco. Una, travestido y bajo cobijas con un soldado moro. Y otra, en actitud servil hacia Adolf Hitler. Por eso fueron juzgados y condenados a muerte. Los ejecutaron en 1940 en un pueblo de Valencia.

Hoy no pasa eso (aunque ganas no les faltan a algunos), pero sí te eliminan de otra manera; y contigo a lo más importante: la libertad de expresión. Otro atentado, pero no el último.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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