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En Países Bajos

Ahí queda pues una enseñanza, que solo se asume si quienes gobiernan, o aspiran a hacerlo, dejan de lado la epidemia de soberbia que los invade y ciega.

24 de enero de 2021 Por: Vicky Perea García

La renuncia (con síntomas de caída) del gobierno en pleno de Países Bajos hace casi un par de semanas deja muchas enseñanzas. Como ejemplo de lo que es el buen funcionamiento del Estado y como sociedad capaz de mirarse al espejo y reaccionar.

La razón de ese punto y aparte allí (en lo que hemos dado en llamar Holanda, apenas una región de lo que en realidad es Países Bajos), fue “una investigación parlamentaria que reveló que funcionarios de la Agencia Tributaria habían acusado injustamente a unas diez mil familias entre 2013 y 2019 de haber cometido fraude al recibir préstamos del Gobierno para el cuidado de sus hijos" (Fuente: France 24).

Los afectados se vieron obligados a pagar de contado las sanciones, para lo cual muchos de ellos salieron de lo que poco tenían, comenzando por sus viviendas. Solo que hay algo más -y no es casualidad-, la mayoría era de origen turco o marroquí, en medio de los vientos de xenofobia que soplan en muchos lados.

Cuando uno lee entre líneas lo que pasó allí, más el desenlace, aprende mucho y nota inmensas diferencias con procederes tan comunes en otros lares.

Veamos. Lección 1: Mark Rutte, primer ministro, no pudo escapar a su responsabilidad. Hábil político, debió llamar, fruto de las evidencias, a las cosas por su nombre: (hemos) “criminalizado a personas inocentes”, a la vez que admitió que las cosas “se hicieron terriblemente mal (en contra de ellas), sus vidas fueron destruidas y el Parlamento recibió información incorrecta”. Mejor dicho, se quedó sin espacio para echar mano de esos eufemismos con que maquillan aquí sus metidas de pata algunos de nuestros gobernantes.

Lección 2: el mismo Rutte no tuvo cómo descalificar a sus investigadores, una comisión parlamentaria que se apartó de las diferencias partidistas para juzgar. El primer ministro se quejó de que el informe de ella era “duro”, pero así mismo debió llamarlo “justo”. Nada de argumentos sobre supuestos complots, fruto a veces de delirios de persecución.

Y lección 3: así las cosas, le tocó reconocer las culpas. Y lamentar no haber estado a la altura de lo que esperaban sus electores y, en general, los ciudadanos del país. Aparte de advertir que ese “fracaso” puede traer consecuencias para él y su partido, mas los partidos que forman parte de la coalición que lo llevó al poder. Ellos también debieron admitir su responsabilidad y no saltaron del barco.

Un castigo que puede sobrevenir en las elecciones que están a la vuelta de dos meses Serán los comicios los que digan si se les cobrará en las urnas a Rutte y a su gente lo que, más que un error, es una alerta sobre cómo el odio racial se cuela cada vez más por debajo de muchas puertas, incluidas las de las oficinas estatales.

Ahora, Rutte y su equipo se quedarán en sus cargos hasta conocer el veredicto de las elecciones, lo que suena inaudito. Quizás no necesariamente sea así. Habrá sobre ellos una lupa inmensa y de paso se evita un vacío de poder.

El caso es muy interesante. Más allá de las jugadas de ajedrez de Rutte para irse quedándose, se advierte la madurez de un Estado en el que los poderes públicos mantienen su independencia y funcionan los contrapesos que hace tanto extrañamos en Colombia. Además de que, como sociedad, los neerlandeses les acaban de recordar a sus dirigentes (y se lo pueden volver a recordar en breve, incluido Rutte), que ellos se deben al pueblo y no al contrario, como tanto suponen muchos políticos en ejercicio.

Ahí queda pues una enseñanza, que solo se asume si quienes gobiernan, o aspiran a hacerlo, dejan de lado la epidemia de soberbia que los invade y ciega. Más todo eso que conjuga con ella y exhiben sin vergüenza: arrogancia, vanidad, engreimiento, fatuidad, altanería y desprecio. Más uno que se ha puesto cada vez más de moda: el esponjamiento (eso de engreírse, hincharse, envanecerse).

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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