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Heces y civilización

¿Por qué nos repugnan el sudor, la saliva, los esputos, la menstruación, la cera, la caspa, los orines, los flatos, las heces y el semen? Los antropólogos coinciden: las secreciones son focos de bacterias y su...

24 de abril de 2019 Por: Julio César Londoño

¿Por qué nos repugnan el sudor, la saliva, los esputos, la menstruación, la cera, la caspa, los orines, los flatos, las heces y el semen? Los antropólogos coinciden: las secreciones son focos de bacterias y su control necesitó siempre una sanción social fuerte, un tabú casi tan severo como los que pesan contra el incesto y el homicidio.

Hay excepciones, por supuesto. Los romanos de la antigüedad tenían sanitarios colectivos y conversaban mientras defecaban. Los chinos esputan en público e incluso, en recipientes especiales, dentro de los vehículos.

Prácticas sexuales como la ‘lluvia dorada’ y la ‘ducha de leche’ rompen el tabú gracias al paroxismo del placer. Como es un momento de comunión con el otro, nada suyo nos resulta asqueroso.

De las secreciones, la más despreciada es la materia fecal. Por eso siempre defecamos en soledad; en huecos, ríos o cubículos herméticos.
El antepasado del inodoro es el retrete portátil. Los primeros aparecen, como todo, en Súmer. Era un asiento con un recipiente interior y lo utilizaban las autoridades en sus viajes.

En los castillos medievales, los sanitarios eran una suerte de balcones cerrados que vertían sus aguas al vacío.

Con el crecimiento de las ciudades en el Siglo XVI y la proliferación de epidemias, los europeos empiezan a tomar en serio la higiene e inventan el sanitario. Era una taza con un sifón en forma de S para evitar los olores. No estaba conectada a tubería alguna, había que vaciarla manualmente en alguna parte, y se camuflaba en baúles finamente tallados.

Hasta ayer, comienzos del Siglo XX, los habitantes de las ciudades vaciaban las bacinillas en la calle, previo un grito de fina cortesía, “¡Van aguas!”, para que el peatón se pusiera a cubierto.

El problema de la disposición final de nuestras miserias nos tomó mucho tiempo porque la solución implicaba la conexión del sanitario a dos redes subterráneas y costosas. Una red de tuberías para llevar aguas limpias del río a los usuarios, y una red de cañerías para llevar aguas servidas de vuelta al río.

La Revolución Industrial y sus fábricas densificaron las ciudades, agudizaron los problemas de salubridad y presionaron la construcción de los primeros sistemas de alcantarillado en Europa y Estados Unidos desde la primera mitad del XIX.

Notas: el alcantarillado de Londres empezó a construirse en 1815, el de Boston en 1833 y el de París en 1880. El cuarto del baño es nuevo, una habitación de las mansiones del siglo XIX que se popularizó solo después de la primera guerra mundial. La invención del tren en Inglaterra y Estados Unidos hacia 1825, impulsó el perfeccionamiento del inodoro y trajo, de paso, avances importantes en el oficio de la fontanería.

Para los sociólogos, la civilización empieza con el código de Hamurabi y el fortalecimiento de las instituciones políticas. Yo me resisto a considerar ‘civilizadas’ las pestilentes ciudades de la Antigüedad y las del Siglo XIX. Considero que la civilización empieza cuando el sanitario se conecta a un sistema de acueducto y alcantarillado y las calles dejan de oler a mierda.

Anoté al principio que el tabú contra las secreciones tenía un origen sanitario. Puede ser, pero es claro que también nos desagradan porque nos recuerdan que no estamos hechos de un hálito divino sino de materia elemental y corruptible, que un día moriremos y seremos solo un montón de sustancias asquerosas.

Sigue en Twitter @JulioCLondono