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A la deriva

En sí, la negativa a permitir el debate para una moción de censura al ministro de Defensa Carlos Holmes Trujillo no va a cambiar nada.

23 de octubre de 2020 Por: Gustavo Duncan

En sí, la negativa a permitir el debate para una moción de censura al ministro de Defensa Carlos Holmes Trujillo no va a cambiar nada. El Gobierno tenía las mayorías aseguradas en el Senado para evitar que cualquier votación que se llevara a cabo condujera a la destitución del Ministro. En el fondo nada iba a cambiar.

Pero al negar el debate se perdieron las formas. De hecho, en este caso la forma importa más que el fondo. La tradición democrática en Colombia dicta que el Gobierno Nacional por lo general dispone de los medios suficientes para evitar que las mociones de censura prosperen en el Congreso. Sin embargo, la oposición tiene el derecho a hacer el debate respectivo con lo que, así no tumbe al funcionario en cuestión, cumple un papel imprescindible en la democracia, como es el del control político del Ejecutivo, y obtiene una serie de beneficios electorales al mostrarse a la opinión como vigilante del interés público.

Toda la razón va a tener la oposición a Duque ahora cuando reclame que el uribismo no ofrece las plenas garantías democráticas. Impedir que la oposición haga oposición como tradicionalmente se ha venido haciendo en la democracia colombiana señala un pésimo precedente que no debe analizarse solo como una falla coyuntural, el uso momentáneo de una ventaja que ofrece el marco normativo, sino como parte de un deterioro estructural del sistema político.

La crisis proviene de tres circunstancias. La primera es la intensidad con que los extremos de la izquierda y la derecha están deslegitimando a sus opositores políticos. Al punto que el gran temor es que aprovechen sus mayorías en el Congreso y su control de la Rama Ejecutiva para realizar cambios institucionales que restrinjan las libertades y los derechos de los demás. Negar el debate de la moción de censura es solo un detalle que podría omitirse, pero los llamados de Uribe a un referendo para acabar con la JEP o a asambleas constituyentes por Petro si el Congreso se opone a las transformaciones necesarias del país son anuncios preocupantes. Da la sensación que a quienes hacen la política no les preocupara que la democracia se fuera a la deriva.

La segunda es la falta de liderazgo de Duque para llamar, como Jefe de Estado, a una defensa de las instituciones democráticas por todas las partes. Su distancia con el discurso incendiario de los voceros más radicales del Centro Democrático es evidente. Los rumores son incluso que existen distanciamientos manifiestos. Y a decir verdad, y pese a las denuncias de muchos que lo señalan de llevar el país a la dictadura,
Duque ha evitado tomar decisiones dirigidas a cortar libertades a la oposición: no ha tocado la JEP y respetó el fallo que puso a Uribe tras las rejas. Sin embargo, no hacer nada no es suficiente. De un estadista se espera que lance un mensaje contundente sobre la necesidad de reconocer la legitimidad de los opositores, de evitar la tentación de utilizar la Justicia con motivos políticos y de respetar las instituciones vigentes.

Y la tercera es el silencio del Centro. Ha sido apabullado por Petro en su ejercicio de oposición a Duque. De allí la sensación de un país irreconciliable. Entre el uribismo tentado a dar un golpe para
sobrevivir y la promesa disruptiva de Petro que cuestiona no solo a Duque, sino al sistema político y económico en general que, por su fracaso, debe ser transformado desde sus cimientos.

Sigue en Twitter @gusduncan