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La hora del cambio

“(…) Eran trabajos perfectamente adecuados para el mundo anterior a la guerra, pero completamente fuera de lugar en la crisis a las que nos enfrentábamos".

1 de abril de 2020 Por: Gerardo Quintero

“(…) Eran trabajos perfectamente adecuados para el mundo anterior a la guerra, pero completamente fuera de lugar en la crisis a las que nos enfrentábamos. Necesitábamos carpinteros, albañiles, maquinistas, herreros… aunque contábamos con esas personas, no teníamos todos los que necesitábamos. Necesitábamos un enorme programa de reciclaje profesional; en resumidas cuentas, teníamos que hacer que los oficinistas se ensuciaran las manos”.

Hace unos años en la candente sala de redacción de El País, dialogaba con mi gran amigo Jorge Enrique Rojas, uno de los mejores, narradores que he conocido en mi vida, y le comentaba sobre Guerra Mundial Z, un exitoso libro escrito por Max Brooks, y que describía la historia oral de una hipotética guerra zombi. En ese frenesí de palabras, discusiones y análisis de un futuro apocalíptico concluíamos cómo en una situación de crisis mundial, como la que hoy paradójicamente vivimos, aquellos encumbrados personajes que todos conocemos no servirían para reconstruir el mundo. Hoy, justamente, son aquellos humildes, que muchas veces despreciamos en las grandes ciudades, los que pueden sostener esta hecatombe. Es solo pensar en esos campesinos que siguen arando la tierra, el panadero que abre su tienda, la señora humilde que saca su café para vender y le regatean cien pesos. Esos vigilantes de las unidades que protegen ‘los bienes’ de sus moradores.

“Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano”, decía el gran escritor George Orwell, que escudriñó de manera tan profunda el alma de los seres humanos. Hoy se establece otro orden. Donde los influencers, futbolistas, cantantes, modelos y periodistas ya no son los héroes de mentiras. Hoy los que contienen esta tragedia son los científicos, los médicos, las enfermeras y todos aquellos seres anónimos que se enfrentan a este desastre que ha dejado un minúsculo virus. Gracias a ellos, a los soldados, policías que ayudan e intentan poner orden, es que esta sociedad no se ha destruido. Qué hubiera sido del mundo si solo estuviéramos en manos de políticos baratos como Trump, Bolsonaro, López Obrador, Lenin y otros cuantos que solo pensaron en números y se olvidaron de la vida.

Por eso duele tanto que aquí en Cali escuchemos las denuncias de médicos y enfermeras que son señalados, perseguidos, vituperados por vecinos o pasajeros de un MÍO. Ellos, que son el primer frente de combate de la enfermedad, que están poniendo la cara por salvarnos, no son considerados sino estigmatizados. Por eso el mundo está como está.
Un planeta lleno de gente insolidaria, malagradecida, egoísta, patán, ruin, que ni siquiera agradece a quienes le sirven. Es la hora de invertir los valores, de no glorificar a aquellos que no aportan nada y de dejar de endiosar a quienes tienen un signo de pesos en su frente, a aquellos que miden el triunfo por un maldito carro, un cargo o el colegio donde estudian los hijos. Es la hora de volver a lo básico, de aprender de los más humildes, de reconocer el valor del trabajo honesto, del conocimiento primario y aprender de ellos porque ellos son los que saben sobrevivir.
Como lo hablaba con mi amigo Kike, ellos son los que saben hacer pan, los que arreglan un motor, los que saben hacer fuego, los que construyen una casa, los que se juegan la vida a diario y triunfan, sin miedo y sin creerse superiores a los demás.

Sigue en Twitter @Gerardoquinte

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