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En modo memoria

El reciente debate sobre el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado nos pone frente a un interesante problema de memoria colectiva.

27 de octubre de 2020 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

El reciente debate sobre el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado nos pone frente a un interesante problema de memoria colectiva la cual, como es bien sabido, desempeña hoy en día un lugar muy importante en países que han vivido guerras o conflictos. A medida que pasan los días ha quedado claro que la responsabilidad de las Farc se conocía desde antes, pero no se le había dado la importancia debida. ¿Por qué amplios sectores no quieren aceptar la participación de ese grupo armado en el magnicidio y buscan responsables donde no están?

Tanto la víctima como los victimarios son figuras emblemáticas de lo que fue en Colombia la violencia de los años 1950. Las Farc provienen de los grupos de autodefensa comunista que se conformaron en el sur del Tolima como consecuencia del asesinato de Gaitán. No se acogieron a la amnistía de Rojas en 1953 pero con las políticas de pacificación del primer gobierno del Frente Nacional se alcanzaron a integrar a la vida nacional. Manuel Marulanda (‘Tirofijo’) llegó a ser funcionario público durante dos años.

Laureano Gómez y su hijo Álvaro, por su parte, estuvieron seriamente comprometidos durante los primeros años de la violencia en la promoción del ambiente de contienda bipartidista. Al revisar los editoriales de El Tiempo de 1952 encontramos allí acusaciones en su contra por los graves acontecimientos que estaban sucediendo.
Laureano fue depuesto de la Presidencia el 13 de junio de 1953 y se autoexilió en España. Lleras Camargo, recién llegado de la OEA, lo buscó para ofrecerle participación en un pacto de alternación y de reparto del poder político, a partir de 1958, conocido como Frente Nacional. El líder conservador no desperdició la oportunidad de reintegrarse a la vida nacional, no como el ‘monstruo’ en la versión de los liberales, sino como promotor de la convivencia hasta su muerte en 1965.

El error de Álvaro es no haber comprendido que el Frente Nacional no sólo era un pacto de paz entre los partidos, sino la oportunidad de integrar a la vida política nacional los grupos que aún quedaban en pugna. Desde 1961 comenzó a denunciar en el Congreso la existencia de 16 ‘repúblicas independientes’ que escapaban al control del Estado.
Lleras Camargo, el primer Presidente del Frente Nacional, no se dejó arrastrar completamente por la intransigencia y mantuvo sus programas de rehabilitación; pero su sucesor Guillermo L. Valencia sí optó abiertamente por la vía represiva y ordenó el bombardeo a Marquetalia a partir del 27 de mayo de 1964. Sin esta arremetida del Estado contra los grupos campesinos allí estacionados, es muy probable que nunca hubieran existido las Farc. Así se jugó la suerte futura del líder conservador. Su nombre terminó asociado a la violencia en la mentalidad colectiva y por ello tres veces fue derrotado en sus aspiraciones presidenciales. Las Farc lo consideraban el ‘hombre de las repúblicas independientes’ y en 1982 sentenciaron su muerte.

Su asesinato en 1995 representó una verdadera insensatez desde el punto de vista de quienes lo promovieron. Un abrazo de reconciliación entre ‘Tirofijo’ y Álvaro Gómez, como los dos mayores emblemas vivos de los años 1950, hubiera sido el mejor punto de partida para una reconciliación de los colombianos. Pero primó la venganza en un momento en que el líder conservador, gracias a su positiva participación en la Asamblea Constituyente de 1991, había reorientado su pasado; y, por su participación en la contienda, era la mejor opción para propiciar un acuerdo de paz. Las Farc, por su parte, ya habían perdido su razón de ser como grupo perseguido y el magnicidio no tuvo las repercusiones que sí tuvieron los de Gaitán o Galán.

El lector puede sacar sus propias conclusiones de una historia escabrosa que solo la redime la ‘verdad histórica’, más allá de cual sea la ‘verdad judicial’. La pregunta sería ¿cuánta verdad somos capaces de soportar para construir una paz duradera?