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Se reinicia la lucha

Cabal emprendió el camino a Santafé por la vía del Quindío. Partió entonces hacia Cartago, la Ciudad de los Confines, con un pequeño grupo de oficiales y soldados no mayor de 200 hombres...

17 de enero de 2019 Por: Alberto Silva

Luego de la tragedia del ejército vallecaucano en Pasto, se disgregó la célebre Junta vallecaucana de la Provincia de Popayán, y algunos de sus componentes emigraron al Valle y sus montañas, mientras el resto, los adictos a la realeza española, permanecieron en Popayán para darle la victoriosa bienvenida a Juan Sámano, quien había sido despachado desde Quito por el presidente Toribio Montes.

José María Cabal, conocedor del papel preponderante de Antonio Nariño en Santafé como presidente de la provincia de Cundinamarca, viajó allá en busca de ayuda y así poder continuar la lucha del sur. En otras palabras, Cabal tomaba simbólicamente el liderato de manos del prócer caleño Joaquín de Cayzedo y Cuero y continuaba con su obra inconclusa. Nariño era su amigo personal y compañero de prisión, en el proceso por la publicación de los ‘Derechos del Hombre’ que les había seguido la corona 19 años antes en 1794, por el cual los habían acusado y enviado juntos a las cárceles de España.

Cabal emprendió el camino a Santafé por la vía del Quindío. Partió entonces hacia Cartago, la Ciudad de los Confines, con un pequeño grupo de oficiales y soldados no mayor de 200 hombres, y después de un prolongado camino por las montañas quindianas se le sumó en Ibagué el coronel francés Manuel de Serviez, con 26 oficiales, 12 sargentos, 14 cabos, 5 tambores, 5 cadetes y 70 soldados. Avanzó a Santafé y allá se abrazó con Antonio Nariño. En la capital seguramente recordaron sus tiempos de prisión cuando fueron enviados juntos por Cartagena hasta Cádiz, España, donde Nariño escapó y Cabal siguió preso por seis años.

Fue entonces José María Cabal quien convenció a Nariño para que le acompañara en la liberación del sur. Y no al revés como se cree. Fue tamaña empresa, por supuesto con la aquiescencia de las demás provincias que ya estaban cansadas de matarse entre ellas con su Patria boba. El 27 de septiembre de 1813 partió Nariño desde Santafé, al comando de la expedición compuesta por cerca de 2.000 hombres de muchas regiones del país con rumbo a la Provincia de Popayán. Iniciaron la travesía por la vía de La Mesa con destino a Purificación en el río Magdalena. Era un tren impresionante de bagaje, compuesto por carpas, artillería, arrierías con cargas de todo tipo, caballerías y soldados distribuidos a lo largo del camino, que para las generaciones actuales sólo es posible imaginar en las recreaciones cinematográficas modernas.  En este gran regimiento estaba representado todo el país granadino. A ellos seguirían luego 300 hombres vallecaucanos refugiados en Santafé, comandados por José Ignacio Rodríguez, quienes fueron enviados a Cartago por la vía de Ibagué y que esperaba unirse luego en una maniobra de pinzas al ejército de Nariño en Popayán. ¡Menuda tarea!

Nariño había acordado recibir ayuda de la provincia de Antioquia, la cual consistía en 200 hombres comandados por el coronel José Joaquín Gutiérrez, que debían reunirse en Cartago con el coronel Rodríguez.
Al grupo de combatientes que llevaba Nariño, lo acompañaba otro de mujeres conocidas como las Voluntarias. Un séquito conformado por novias, amantes, cocineras, madres y hermanas de los soldados, algunas encargadas de dar alivio emocional y soporte espiritual a sus hombres y otras por supuesto, para aliviar la libido del género masculino que aún en trances como esos nunca desaparece. La gran procesión recorrió hacia el sur, corriente arriba del río Magdalena por el piedemonte llamado El Valle de las Tristezas, denominado así por ser endémico de paludismo, excesivo calor, grandes bosques y despiadados chaparrales. Allí los recibieron nubes de mosquitos y los mortales crótalos de cascabel, que siglos antes habían sido verdugos de conquistadores y colonos.