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El Editorial | Primeros cien días

La ciudad china de Wuhan, conocida como la cuna de la pandemia por la COVID-19, salió del aislamiento obligatorio que adoptó para contrarrestar la enfermedad que en ese país le costó la vida a 3.200 personas.

Once millones de personas salieron de su aislamiento en Wuhan, la ciudad china donde se confirmó el primer caso de coronavirus en diciembre de 2019. Fueron dos meses y medio u 11 semanas o 76 días de confinamiento, da igual cómo se lea. Este encierro repentino que comenzó el 23 de enero acaba de terminar y la recién adquirida libertad está llevando a miles de almas a abandonar, a cuentagotas, esta zona. La vida se recupera de a poco donde todo comenzó.

Familias enteras, trabajadores y migrantes, que quedaron atrapados luego del cierre, abarrotan estaciones de trenes y el aeropuerto. Todos, usando el obligatorio tapabocas, deben someterse a estrictos protocolos de desinfección, toma de temperatura y tienen que enseñar una aplicación en sus dispositivos móviles que avala su condición de personas sanas del virus. Nadie sale de Wuhan y es recibido en cualquier destino de China - los vuelos internacionales no operan - si no certifica, en al menos dos pruebas, que está libre de COVID-19.

A pesar de los aires de relativa normalidad, el gran temor sigue siendo un rebrote de la enfermedad en China que confirmó nuevos contagios, una amenaza que podría generar confinamientos en otras regiones como la fronteriza con Rusia. China reporta, hasta hoy, 82.000 infectados y 3.200 fallecimientos, cifras demasiado conservadoras que muchos estiman poco realistas y hasta algunos medios no oficiales de este país, hablan de más de 40 mil muertos. La opacidad del infranqueable régimen mantiene amarrada la verdad.

Mientras los chinos toman un nuevo aire, América Latina contiene el aliento. La Organización Panamericana de la Salud advierte que las muertes por coronavirus se dispararán en las próximas tres a seis semanas, dependiendo del avance escalonado de la enfermedad en la región. Una situación que pondrá a prueba sus frágiles sistemas de salud.

La clave, insisten los expertos, está en el estricto cumplimiento de las medidas de aislamiento social para contener la proliferación de los contagios y evitar así que los limitados recursos disponibles se agoten muy rápidamente al tener que responder a una elevadísima demanda de atención simultánea de personas enfermas.

Cuesta creer que aún tantas personas subestimen la responsabilidad común de guardar el aislamiento social obligatorio para salvar las vidas propias y las de los demás, especialmente las de niños, personas con factores de riesgo y adultos mayores que se están infectando y en casos extremos falleciendo. Es comprensible que las apremiantes necesidades de los más vulnerables los empujen a arriesgarse a salir a las calles conscientes de los peligros que corren, pero resulta cínico por decir lo menos, cómo personas de todos los estratos y muy poco sustrato social y colectivo, sigan creyéndose inmunes al enemigo silencioso y lo desafíen mientras juegan partidos de fútbol, acuden a sepelios masivos o se van de paseo a la playa.

La pandemia se está acelerando y la curva lejos de aplanarse sigue creciendo, de manera contenida, pero va para arriba anticipando un escenario de enorme complejidad para millones de personas en Colombia y en otras naciones latinoamericanas que están sufriendo la embestida de la epidemia como Ecuador y Brasil, mientras es una incógnita lo que pasa en Nicaragua, donde no hay información oficial de pruebas realizadas.

Hoy hace 100 días que China informó del primer caso de COVID-19 al mundo, que contabiliza ya un millón y medio de contagios y cerca de 90 mil víctimas mortales y sigue sumando porque ni las mentes más brillantes del planeta han podido detener su expansión a pesar de contar con infinitos recursos y una férrea voluntad de ponerle fin a esta pandemia.

Hay que centrarse en salvar vidas y poner en cuarentena la mezquindad de la política, las vagabunderías de los corruptos que buscan enriquecerse con el hambre de los más necesitados, la falta de carácter y decisión en la toma de decisiones que beneficien a todos por igual y la irresponsabilidad e inconsciencia de los que se sienten blindados frente al virus. Tareas que hay acometer con liderazgo y autoridad, pero también grandeza y generosidad. Corre prisa para centrarse en lo verdaderamente importante, la unidad en la lucha contra el enemigo global.

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