La muerte del expresidente egipcio Mohammed Morsi: el fracaso de la democracia

Mohammed Morsi fue el primer presidente elegido democráticamente en la historia contemporánea de Egipto. Un año después de estar en el poder, en 2013, fue derrocado por un golpe de Estado. Pasó seis años preso y este lunes anunciaron su muerte.

Felipe Medina Gutiérrez*
17 de junio de 2019 - 11:43 p. m.
Protestas contra el entonces presidente de Egipto, Mohammed Morsi, en 2013. / Felipe Medina Gutiérrez
Protestas contra el entonces presidente de Egipto, Mohammed Morsi, en 2013. / Felipe Medina Gutiérrez

El expresidente egipcio Mohammed Morsi ha muerto. Tras haber sido el primer mandatario elegido democráticamente en la historia contemporánea del país y desde hace seis años estar privado de la libertad en polémicas circunstancias, un capítulo se cierra en la historia de este país del norte de África.

El punto de partida para entender la controversia sobre este personaje se inicia en el periodo posterior al estallido de las revueltas populares del año 2011 y la etapa de transición. Es allí donde su elección como presidente de Egipto en junio de 2012 marcaría un hecho inédito en el país. Por primera vez en su historia reciente, estábamos ante un presidente democráticamente electo y además no provenía del ámbito militar como sus predecesores: Gamal Abdel Naser (1954-1970), Anwar el Sadat (1970-1981) y Hosni Mubarak (1981-2011).

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La sorpresa también venía de la mano con el triunfo y ascenso a la Presidencia de La Hermandad Musulmana, organización que a lo largo del tiempo venía actuando como oposición a los gobiernos de turno en la mayoría de las situaciones. Este grupo lo fundó Hasan al-Banna en el año de 1928 en la ciudad de Ismailia y desde ese año se convirtió más que un aglomerado político y religioso, en una organización con profundas raíces en la historia y sociedad egipcia.

Ya en la presidencia, Mohammed Morsi no tuvo mucho tiempo para desarrollar su programa de gobierno, pues duró menos de un año en el poder. Por ejemplo en materia de política exterior, se apartó de su predecesor en algunos puntos, como ocurrió con la normalización de relaciones con Irán, que incluyó visitas recíprocas con el entonces presidente Mahmod Ahmadineyad.

El tema de Palestina e Israel incluyó algunos puntos de interés. Si bien hay una tendencia desinformada en afirmar que Morsi “favoreció completamente” a los palestinos, lo cierto es que no siempre la frontera entre Rafah y Gaza estuvo abierta, y en líneas generales, el entonces presidente respetó todos los acuerdos previos entre Egipto e Israel.

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En otros puntos representó el continuismo. Visitó Arabia Saudita, quien un año más tarde estaría detrás de su derrocamiento, y respecto a Estados Unidos jamás contradijo a la administración de Barack Obama, dejando claro que no alteraría la usual colaboración que venía teniendo durante años El Cairo y Washington.

El comienzo del final se da con el golpe militar liderado por el futuro presidente Abdel Fatah al-Sisi y con la detención ilegal y arbitraria de Morsi el 3 de julio de 2013. Lo que siguió ya es conocido: oleadas de protestas de sus partidarios y aquellos que no estaban de acuerdo con el golpe, represión, masacres (recordar el caso de Rabaa al-Adawiya) y una “tensa” calma en el país.

La muerte de Morsi se da un clima bastante preocupante. Desde aquel año, la administración de al-Sisi ha visto cómo la violencia, la represión y el miedo se han incrementado, como lo reflejan los últimos acontecimientos en el país y la situación crítica en materia de Derechos Humanos (recordar el caso del estudiante italiano Giulio Regeni).

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Pero sin duda, uno de los hechos que más debe incluirse en el análisis es la ausencia de una justicia transparente, imparcial y que brinde garantías. Mientras el dictador que gobernó casi 30 años el país (Mubarak) se encuentra casi exonerado de todos sus cargos (incluyendo algunos tan obvios como la responsabilidad por la muerte de manifestantes durante las revueltas de 2011 o la corrupción), y quien además gozó de tratamiento especial por parte de las autoridades en todos estos años, Muhammad Morsi, con cerca de seis acusaciones, asistía a las audiencias en una jaula y manifestaba siempre su situación crítica de salud. Fue acusado y juzgado claramente por sus verdugos y es un ejemplo más de la situación que afrontan los presos políticos en Egipto.

La noticia de su muerte, cuyo parte oficial seguramente será por un ataque cardiaco u otra causa “natural”, no borra la idea de que para muchos era claro que Morsi, si bien estaba enfermo, era un problema para el Estado egipcio y tampoco le interesaba cuidar de su salud. Desde hace meses se venía advirtiendo de su estado de deterioro y del alto riesgo de muerte si no se le proporcionaban los elementos adecuados para tratarlo. Es poco probable que haya una investigación oficial seria.

Si bien se podía estar o no de acuerdo con este personaje, lo cierto es que se cierra un capítulo pero no el fin de la historia de las revueltas y procesos de cambio iniciados en 2011, reflejados en los recientes hechos en Sudán pero que también están presentes en Egipto.

El Colegio de México

Por Felipe Medina Gutiérrez*

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