Mike Forero Nougués, un maestro de vida

Aquí las sentidas palabras de Clemente Forero, hijo del reconocido periodista y dirigente Mike Forero Nougués, durante su sepelio esta semana en Bogotá.

Clemente Forero Pineda
18 de junio de 2019 - 05:55 p. m.
Mike Forero Nougués, un optimista empedernido. / Archivo El Espectador / David Campuzano
Mike Forero Nougués, un optimista empedernido. / Archivo El Espectador / David Campuzano

Mike Forero Nougués fue un maestro. Eso lo dicen sus colegas y discípulos de El Espectador; sus estudiantes de la Escuela Normal Superior y de la Escuela Industrial y de los colegios de La Salle, Nicolás Esguerra y Liceo Francés de los años cuarenta, y los de la Universidad Santo Tomás que tomaron sus clases de sociología del deporte hasta cuando cumplió 88 años. Igual piensan los estudiantes de periodismo y comunicación que lo visitaban en la casa, cuando escribían sus tesis o trabajos de semestre; y su nieto y su hijo, también maestros.

De las múltiples facetas de su personalidad que pude disfrutar desde mi nacimiento hasta el último segundo de su presencia activa en la tarde del pasado miércoles, quiero compartir con mis hermanas Norma y Patricia; mi esposa Ingrid; mis hijos Manu, Maruia y Simón; mi sobrino Nicolás; y con mis sobrinas Adelaida, Verónica, Idoia y Mariana, mi nieta, mis sobrinos nietos, y con todos ustedes que con seguridad lo apreciaron, la figura de mi padre como maestro y especialmente como maestro de vida.

Mi padre transmitía a todos los que lo rodeaban su fascinación por los libros; ejercían sobre él un poder mágico. Cogía en las manos los libros como quien descubre un tesoro. Los ordenaba, los guardaba, les limpiaba el polvo con veneración y con respeto. Hoy comprendo que ese fue el secreto que lo convirtió en la pluma y el periodista que fue.

Era un maestro en el arte de titular; de ser breve; de escribir un lead, ese párrafo inicial que no lo dice todo pero que engancha al lector. Para él, el periodismo era una escuela de carácter: enseñaba que hay que escribir apuntándole a cambiar la realidad, aunque muchas veces no pase nada. Para él, no tenía sentido escribir por escribir; porque uno escribe con un propósito valorado por la sociedad.

Él estaba convencido de que la práctica del periodismo forma a la persona. Si un ministro refuta lo que escribió un periodista, me decía, la gente tiende a creerle más al ministro; por eso hay que contestar con mucha firmeza, con argumentos irrefutables y con respeto. El respeto era para él la piedra angular del periodismo en una sociedad que aspire a ser democrática.

Mike era un maestro de la observación, y en esto era difícil de imitar. Todo le llamaba la atención. Paraba de pronto en una carretera; comenzaba preguntándole a un campesino por algún cruce, y terminaba entrevistándolo para ponerle contexto a una etapa de la Vuelta a Colombia.

La literatura le abría la imaginación; y la realidad le mostraba los absurdos y paradojas que alimentaban su
espíritu crítico, pero también le despertaban su admiración por la belleza de Colombia.

Era el centro de atención en donde estuviera, cualidad que sin duda heredaron mis hermanas y su bisnieta más pequeña. Les entregaba toda su energía a las audiencias, a sus alumnos, a sus lectores y a quienes lo escuchaban o lo veían en los medios.

Primero, convirtió el deporte en una necesidad de El Espectador, lo que luego se volvió regla en los demás medios nacionales. Sus escritos, a la vez analíticos y apasionados, contribuyeron a que el deporte fuera parte de la identidad nacional. Pero era versátil hasta el punto de que en las páginas de deportes escribía sobre cualquier tema. Cuando pasó de la página deportiva a los "Sermones Laicos", el sitio en donde un amigo mío me confesó recientemente que descubrió que la ética no requería de religión, citaba sus fuentes escritas,  ponía notas de pie y argumentaba con criterio certero.

Tuve la inmensa suerte de ser su hijo. Y aprendí mucho de lo que les he contado. Pero quiero compartir con ustedes una lección más que de él aprendí. La lección de cómo llevar la vida y de cómo partir.

Mike Forero Nougués vivió una vida plena. Antes de escribir sobre el deporte, ya era un deportista consumado. En los años treinta, al abuelo Guillermo lo exiliaron por segunda vez; Mike acababa de regresar a Bogotá, proveniente del Perú; era estudiante del Colegio del Rosario, y armó con su hermano Jimmy en el Parque Santander una improvisada pista de salto triple.

Esta disciplina no se conocía en Colombia, pero pronto atrajo a decenas de curiosos. Cuando, poco después, se armó la delegación de Colombia en esta disciplina, para participar en unos juegos suramericanos, Mike quedó de segundo y con la satisfacción de haber logrado la meta de que el país se apropiara del salto triple.

Fue ciclista, basquetbolista y comprometido técnico de este deporte en el equipo de la Escuela Industrial y en el de la Escuela Normal Superior. En la Normal, como le decía, enseñaba cultura física, dentro de un audaz  experimento que hizo Colombia en los años 40 y que atrajo a brillantes exiliados de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial a enseñar e investigar, para formar a los maestros colombianos.

Poco después, cuando empezó a escribir en la revista deportiva El Gráfico, inició su carrera de periodista y se convirtió en el polemista deportivo que muchos conocieron.

Ya por encima de los 50 años, cronometraba las vueltas que, trotando, le daba diariamente al Parque El Virrey. Y por encima de los 80, visitábamos en bicicleta el árbol en cuyo pie reposan las cenizas de Alicia Pineda, mi madre, a cuyo lado reposará él también. Ella era evangélica. Él era católico; especialmente –según recuerdo- después de las jornadas contra la dictadura que antecedieron al 10 de mayo de 1957, cuando se hizo amigo de los rebeldes capuchinos de La Porciúncula.

Yo admiraba ese respeto a las creencias del otro y a las opiniones de sus hijos. Me inspiraban el amor que ambos profesaban por sus tres hijos y la adoración por sus siete nietos, que luego les darían seis bisnietos. Cuando el asunto era grande, le pedíamos consejo a uno de los dos. Pero cuando era todavía más grande, les pedíamos consejo a los dos reunidos.

Llegando a sus ochenta años, cambió la máquina de escribir por su primer computador, pero este no fue el último. En ellos escribía sus planes de clase, su libro, sus columnas para un periódico virtual, y los programas de radio que grababa puntualmente todas las semanas. Consciente yo de los cambios dramáticos y de las crisis que ha sufrido la sociedad colombiana, especialmente desde hace cuatro décadas, alguna vez le pregunté si eso no lo afectaba. Es una evolución normal; tenemos que vivir con ello; eso también cambiará, me respondió. Mike Forero Nougués era un optimista irredento. Quizá en ello estuvo el secreto de su longevidad.

(Puede leer también: Mike, periodista del siglo)

Tengo el convencimiento de que, en la más reciente etapa, se estaba preparando para partir. Mike se despreocupó, de un momento a otro, de las cosas materiales. Aún recordaba a El Espectador como su casa, y no se cansaba de leer y releer la Libreta de apuntes de Guillermo Cano, su compañero en la sección de Deportes en los años cincuenta, y uno de sus contemporáneos y grandes amigos que hoy no lo pueden acompañar.

A veces se despertaba de su siesta y afanado decía “Tengo que irme para El Espectador”, pero pronto regresaba al presente. Leía con uno de nosotros La Historia Mínima de Colombia, y quedaba embelesado, especialmente en los capítulos sobre el siglo XIX.

Las visitas de sus entrañables amigos, Rufino y Antonio, quienes están escribiendo hermosos textos sobre su vida, de su sobrina Mati, de su yerno Jesús, y de un puñado más de inseparables, algunos de los cuales venían de Bucaramanga, le disparaban el humor. Algunos dicen que no los reconocía, pero él se divertía haciéndolos reír.

En los últimos meses, comenzó a disfrutar más del parque, de la misa al aire libre, de los pájaros. Las palomas, las flores y el sol fueron sus deleites hasta apenas el domingo pasado. Nos estaba enseñando el valor de las cosas fundamentales: el valor de la vida, el paso del tiempo, los ciclos que renuevan el planeta y su naturaleza.

Por eso, su partida se dio en paz total; se fue apagando y, en pocos minutos, en total placidez, sin el más mínimo sobresalto, nos fue dejando. Había vivido su vida plenamente. Se fue tranquilo, porque la había vivido así y porque había comprendido que era parte de una renovación y un renacimiento.

Esa fue la más reciente lección del maestro de vida que ha sido para mí, para toda su familia, y seguramente para ustedes, Mike Forero Nougués.

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Por Clemente Forero Pineda

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