El afán de ser “justos” en los partidos de futbol, presuponiendo que los árbitros cometen injusticias, involuntarias o intencionales, anima a los propulsores de la utilización de la tecnología -auxiliar de los jueces de los partidos- para que puedan revisar las jugadas y, hay que suponer, también las intenciones de los jugadores, a fin de que los resoluciones de los árbitros sean lo más apegadas a la realidad y, por lo mismo, a la “justicia”.
La Copa América en Brasil ilustra lo que en realidad está sucediendo.
Casi todos los partidos tienen ocho minutos de tiempo adicional, ocasionado, principalmente, por la intervención de los jueces, el de la cancha y los de los cuartos ocultos en donde revisan las jugadas en varias pantallas de televisión. No todas las veces el árbitro acude a observar la pantalla, por lo que se fía de la opinión de los otros.
Uno de los grandes atractivos de los partidos de fútbol es la continuidad y velocidad de las acciones. El VAR conspira contra esa continuidad indispensable.
Como saben que existe esta instancia, los jugadores que sufren una falta la magnifican. Basta ver el drama cada vez que son víctimas de un foul. Si una proporción de lo que los agredidos transmiten fuera cierta, al VAR habría que añadir una flota de ambulancias para que los retiren de la cancha y les salven la vida.
En el partido que Argentina ganó a Chile por 2 goles a 1, el árbitro concedió un penal a Chile después de casi cuatro minutos de que la falta se dio y después de que se produjeron jugadas ajenas a la infracción concedida.
En el mismo partido, el árbitro no acudió al VAR para rectificar su error al expulsar a Messi -llorón como nunca- que si bien empujó en la jugada al díscolo jugador chileno Medel, resistió sin responder las agresiones que éste le hizo.
Corremos el riesgo de que el VAR termine con las mayores virtudes del fútbol. Con la velocidad, con la continuidad de las jugadas, con la autoridad del árbitro, cuestionada de hecho cuando terceros intervienen en la aplicación de su criterio, que debe ser indiscutido, como ha sido siempre. El futbol americano se desfigura por las constantes interrupciones y no hay que permitir eso en nuestro fútbol.
El deporte de mayor audiencia en el mundo es mágico por eso. Porque responde a un juego colectivo y a la habilidad y maestría individuales, que lo hacen rápido, continuo. Que le ponen emoción porque está a criterio de una persona, el árbitro, con sus aciertos y errores, con la polémica que causa, con los goles que son convertidos “con la mano de Dios”. El fútbol es pasión por los futbolistas, las jugadas, la actuación de los árbitros. La introducción del VAR para revisar controversias puede ayudar, eventualmente, en la disminución de errores arbitrales, pero está acabando con el ritmo del partido, su fluidez, las controversias irresolutas que le ponen sal.
Hay que matar al VAR antes de que el VAR mate al futbol.