Confieso: Me gustan los cementerios. Siento paz recorriendo sus silencios. Pongo los pies en la tierra. Reflexiono sobre la cantidad de discusiones inútiles, peleas por dinero, celos enfermizos, envidias, deseos dementes de tener poder, soberbias egoístas de acumular dinero, patrañas corruptas, odios, asesinatos, obsesiones por comprar y adquirir posesiones, rencores… Ya todo enterrado. Convertido en polvo… Huesos hechos del mismo material de las estrellas …
Me pregunto si todos los que yacen bajo la tierra tuvieran otra oportunidad de volver a vivir harían lo mismo o cambiarían totalmente sus comportamientos… Cada tumba tiene la historia muda de un ser humano…si pudieran hablar de nuevo, ¿Qué nos dirían?
Cuantos malgastaron su instante en este planeta y se desgastaron en rencillas, peleas, angustias inventadas, expectativas exageradas, ¿y jamás tuvieron el tiempo de abrir su corazón a la ternura? ¿Si retornaran, le permitirían hablar al corazón? ¿Abrazarían a sus hijos en vez de exigirles triunfar y competir? Se dejarían tentar por el dinero del narcotráfico, envuelto en sangre y dolor para deslumbrar al vecino con un automóvil de última gama?
No sé… divago… y caigo en cuenta una vez más de la inutilidad de lo superfluo, la codicia, las mentiras y las apariencias… Si. Los cementerios son una lección silenciosa y perpetua para los que estamos vivos…Sus enseñanzas profundas…Me gusta aprender de ellos…y aprendo…
Recuerdo un Día de los muertos en Cayambe, hace ya varios años… Llegué temprano a sentarme en la tumba de Domingo Dominguín, mi amor, mi maestro, mi compañero… Escribió una carta a máquina para las autoridades antes de suicidarse diciendo que quería ser enterrado bajo las faldas del Cayambe, su volcán amado.
Cerré los ojos y me recosté en el tronco del árbol que le daba sombra… de pronto sentí una música suave y olor de rosas…Abrí los ojos creyendo que alucinaba y fui testigo directa de esa ceremonia tan bella, tan espiritual, tan autentica, de ese ritual en un cementerio indígena… El sincretismo católico y Cayambe, donde se mezclaban el incienso y, las flautas andinas, las rosas y los alimentos… los cánticos autóctonos y los religiosos… los ponchos, las faldas de colores y las túnicas de los curas y otros ciudadanos.
Cada grupo buscaba su túmulo para sentarse alrededor de su ser querido… se escuchaban risas y susurros, voces diferentes, todas armónicas… una fiesta de vida… un homenaje a la vida de los que ya partieron…Para mí fue una de las experiencias más bellas que me han tocado el alma… Yo también me comunique con Domingo y hablamos del amor. ¡Ese sentimiento eterno, que jamás se evapora ni desaparece en el tiempo!
Cada año, aunque no presencial, viajó mentalmente a Cayambe, me recuesto en el árbol de esa tumba llena de claveles y cierro, los ojos…escucho de nuevo, la música y huelo los, ¡pétalos de rosas esparcidas…Vuelvo y nos acompañamos un rato… Nos volvemos a encontrar! Ya se acerca el día…