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Al oír hablar de subastas se nos vienen a la cabeza las que las películas o la literatura nos han mostrado: una imagen de un grupo de personas pujando a nombre propio o de otros para obtener una obra de arte de algún pintor o escultor famoso. Normalmente, en un salón especial concebido para eso, en una galería comercial, y con unas reglas muy bien establecidas.
Y sí, las obras de arte son negociadas de esa forma porque tienen una característica como bien y es que son indivisibles. Un original de Picasso o de Renoir no puede dividirse en pedazos para venderlo por partes. La asignación de recursos para ese tipo de bienes no puede darse por las fuerzas de oferta y demanda convencionales y para eso nacieron las subastas.
Estas últimas no son precisamente un invento nuevo de la humanidad porque han estado en uso unos 2500 años. Existe el registro de las subastas en Heródoto que describe como en Babilonia las utilizaban para asignar las mujeres que se iban a convertir en esposas; las legiones romanas subastaban su botín a los comerciantes que seguían a las tropas; también era el mecanismo por medio del cual se distribuían las posesiones de los monjes fallecidos en la China del siglo séptimo AC.
Aunque su funcionamiento, a diferencia del mercado convencional, no es conocido por la mayoría de las personas, están muy presentes en la vida de cada uno. Por medio de las subastas se comercian miles de millones de pesos en muchos tipos de bienes como, entre otros, energía eléctrica, derechos de minería, bonos del tesoro, divisas, cortes de flores, cosechas de tabaco, estampillas y, claro, obras de arte.
Existen cuatro tipos básicos de subastas: el de oferta ascendente, llamado subasta inglesa; el de oferta descendente que se utiliza desde siempre en Holanda para la venta de flores y es conocida como subasta holandesa; la subasta de oferta sellada al primer precio y la de oferta sellada al segundo precio conocida como subasta Vickrey. De ellas pueden derivarse muchas otras posibilidades.
La utilización práctica de las subastas, así como la bella simplicidad de su funcionamiento en un entorno económico bien definido ha atraído la atención de los académicos desde hace un tiempo. Para su estudio se ha utilizado la artillería dura que provee la ciencia económica. Se ha usado profusamente la teoría del equilibrio general, la de juegos y la de la información incompleta. Hay toda una explosión reciente de trabajos sobre subastas utilizando la economía experimental.
A eso se dedican dos grandes profesores de la universidad de Stanford (Paul Milgrom y Robert Wilson) que recibirán su premio Nobel de Economía 2020 en sus casas como consecuencia de la pandemia. Los desarrollos teóricos de los profesores han contribuido a entender mejor no solo como funcionan las subastas y a desarrollar varios tipos de estas, sino a comprender otras formas de asignación de recursos, el problema central de la economía.
Una de las aplicaciones más reconocidas de los desarrollados obtenidos por Milgrom y Wilson es la subasta de las frecuencias radioeléctricas en los Estados Unidos. También se prevé, sus investigaciones serán de gran utilidad para la asignación de las cuotas de emisión de CO2, un mecanismo esencial en un futuro no muy lejano.
