Estación Historia, visitada por eruditos ortodoxos (los que se pegan de un sello o un verbo mal conjugado), falsificadores que buscan otros peores y con mayor éxito en sus empresas, viajeros románticos que imaginan pasados mejores (se ven en los vitrales) y buscadores de asuntos raros, que anotan lo que les para el pelo o los incita a perversiones, algunas menores pero entretenidas. Sin que falten en la fila, también, los que amplían datos tejiéndolos con otros o con suposiciones; los que ejerzan el palimpsesto, que para eso son los borradores; los que se asusten por los datos y se echan bendiciones, y los novelistas que deciden hacerse investigadores para lograr ficciones más verosímiles, entendiendo que la historia resulta siendo literatura de tanto como la han cambiado, tocado y reescrito. Y en todo este andamiaje, Nôtre Dame ardiendo, como ardió la Biblioteca de Alejandría y el Reichtag, en tiempos de quemadores, que son los más.
De incendios está compuesta la historia: herejes en las hogueras, acusados desesperados (los nazis quemaron papeles que los comprometían), gente que buscó rehacerse con otros nombres y quemaron notarías para cambiar de apellido y bienes, etc. El fuego, el único elemento que es capaz de producir el hombre, es un elemento transformador. Y en la historia, como en los heniles que queman los personajes de William Faulkner, las cenizas han cambiado de rumbo muchas cosas. Así, con el incendio de la catedral de Nôtre Dame, ya al jorobado Cuasimodo habrá que cambiarle la historia que le otorgó Victor Hugo, pues el fuego devoró su escondite en la torre y de Esmeralda será lo que otros inventen, supongo.
La última vez que visité Nôtre Dame, en un julio caluroso, unos sacerdotes africanos estaban celebrando misa. Una misa pomposa, abundante en hombres que vestían majestuosamente alrededor del altar y cantaban en medio de una nube de incienso. Era una imagen curiosa en ese espacio bello y medieval, iluminado por la luz de colores que entraba por la roseta y los vitraux. ¿Qué le pedían esos hombres a D’s? No lo sé. Pero lo pedían con devoción y orden, siendo ellos en su creencia. Supuse que, con esos cantos y movimientos lentos, los dos relojes de atrás de la catedral (que marcaban tiempos distintos) enmarcarían con sus horas dispersas una imagen más amplia de Santa Genoveva, la patrona de París. Y era posible, también, que las gárgolas estuvieran rezando. Todo era de creer en Nôtre Dame.
Acotación: A la catedral de Nôtre Dame, donde está la cátedra (silla) del obispo de París, nunca le terminaron las torres y por eso son cuadradas. Es posible que una peste lo haya impedido, igual que alguna discusión bizantina. Y ahora, con el incendio, ¿cuánto se perdió ahí? Mucho de católico y de judío, mucho de Napoleón, mucho de Nicolás Flamel el alquimista, que solo veía fuegos.