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La naturaleza nos da señales de agotamiento con fenómenos y catástrofes que nos confrontan inesperadamente. Casos como la pandemia del covid-19 que ha afectado a más de 60 millones de personas en todo el mundo, o el desastre causado por el huracán Iota en diversas regiones de Colombia, especialmente en las islas de San Andrés y Providencia, donde dejó miles de damnificados y el 98 % de las viviendas destruidas, son una oportunidad para reflexionar sobre nuestro vínculo con el medio ambiente y la responsabilidad que tenemos como seres humanos en su cuidado y preservación.
El retorno de Estados Unidos al Acuerdo de París sobre cambio climático, anunciado por el presidente electo Joe Biden es una gran noticia para la sostenibilidad del planeta. En este acuerdo suscrito por 195 países en 2016, se comprometieron especialmente las grandes potencias a disminuir en un 50% sus emisiones de gases efecto invernadero y a evitar el aumento de la temperatura en 1,5 grados a 2030. Lo anterior es vital, pues un informe de Planeta Vivo 2020 de WWF -organización internacional que lidera la protección de la naturaleza- concluye que nuestra relación con el medio ambiente está fracturada y el tiempo se agota para recuperarla y evitar impactos negativos que sean irreversibles para la vida en nuestra “Casa Común”, que es la tierra. Por mencionar algunas cifras: el mundo perdió 68 % de sus animales en menos de 50 años, siendo América Latina y el Caribe, con un promedio del 94 %, la región con mayor pérdida de biodiversidad en el planeta. El 90 % de los humedales de la tierra ya no existen; una de cada cinco plantas está en peligro de extinción; y la Amazonia, con la selva tropical y el sistema fluvial más grande del mundo, ha perdido el 17 % de sus bosques y podría llegar a perder el 27 % en los próximos diez años.
En Colombia la tendencia es similar a la del mundo. Su riqueza ambiental representa grandes oportunidades, pero también retos enormes para la protección de sus fuentes de vida. Ser el segundo país más biodiverso del mundo y el primero en especies por kilómetro cuadrado, pero haber perdido a su vez casi el 50 % del hábitat natural y ubicarnos, según el Ideam, entre los diez países con mayores tasas de deforestación planetaria al igual que uno de los 10 más vulnerables al cambio climático, es una señal del peligro latente y un llamado inmediato a la responsabilidad política, económica y social para revertir los impactos negativos que estamos generando sobre nuestros ecosistemas.
Es urgente actuar más rápido. La agenda de sostenibilidad del país debe basarse en modelos de crecimiento económico sostenible y acciones afirmativas que salven el planeta: la articulación de esfuerzos nacionales y globales alrededor de los Objetivos de Desarrollo Sostenible -ODS-, una producción y un consumo más consciente, el uso de tecnologías limpias y energías alternativas, la expansión de la economía circular y la diversificación productiva, el ecoturismo responsable, el transporte y la movilidad urbana sostenible, y la lucha contra la minería ilegal, los cultivos ilícitos, el tráfico de especies naturales y la tala indiscriminada de árboles. Pero lo más importante son las acciones cotidianas de cada ciudadano para combatir el calentamiento global, además de la educación y el compromiso ambiental desde los hogares, colegios y organizaciones.
La conservación de la biodiversidad colombiana requiere de un justo equilibrio entre desarrollo económico y sostenibilidad ambiental como condición esencial para generar mejores condiciones de vida, mayores oportunidades y garantizar la propia supervivencia de las actuales y futuras generaciones.
