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La república en su primigenio significado implica la participación del individuo en el manejo de la cosa pública. En la república aristocrática sólo un sector de los individuos puede realmente participar en las decisiones de poder: los hombres libres o aquellos en vínculo de matrimonio o quienes tuviesen determinada connotación patrimonial. En términos aristotélicos la aristocracia puede degenerar en oligarquía, gobierno de los más pudientes ejerciendo el poder para sus propios intereses.
Con el advenimiento de criterios sociales y de solidaridad, se reafirma el concepto de república democrática, caracterizada por la universalización de la participación ciudadana en las decisiones de poder, bien sea de manera directa a través de instituciones como el referendo, el plebiscito, la asamblea popular, el cabildo abierto; ora mediante formas indirectas que faciliten la elección de los individuos más representativos para actuar como voceros de la comunidad.
Tanto la democracia participativa como la representativa, requieren de instrumentos adecuados para canalizar la voluntad ciudadana, como los grupos de presión, las agremiaciones, los sindicatos, la academia, la iglesia y especialmente los partidos políticos. La complejidad de los asuntos públicos y el crecimiento de las poblaciones hicieron que cada día fuese más complejo el desarrollo de las instituciones que permitieran la realización del concepto formal y material de democracia, inicialmente la directa, luego la indirecta. La forma como se ha desnaturalizado la representatividad que deben tener los voceros de la colectividad, la manipulación de las instituciones fundamentales de la democracia participativa y la presencia de una democracia representativa cuyo sentido de la representación se ha ido diluyendo hasta prácticamente desaparecer, constituyen el virus que poco a poco va desmoronando la democracia, al punto que en el fango de la incertidumbre, las sociedades optan por abandonar el modelo y acudir a líderes autoritarios, representantes de un nuevo populismo de derecha o de izquierda, rodeados con una aureola mesiánica, capaces de dejar sin piso los fundamentos mismos de la democracia.
Es menester acudir al pensamiento del constitucionalista francés Dominique Rousseau para quien, en las actuales circunstancias, la única forma de salvar el modelo de la democracia consiste en radicalizar el concepto de participación, a través de nuevas instituciones como las asambleas deliberativas locales. El voto clásico dejó de ser un elemento de participación, para convertirse en un simple mecanismo de supervivencia: Voto por miedo a... Voto por la obtención de prebendas... Voto por minimizar riesgos y conservar un confort... Voto por favorecer la consecución de empleo...
Peor aún, en medio de esta negación inconsciente del sentido de democracia, las sociedades se fragmentan y pueden llegar a disolverse, y ese temor a la ruptura las lleva a preferir regímenes autoritarios. En términos prácticos, cuando se reclama una asamblea constituyente para abordar reformas que el Congreso no hace, valdría la pena preguntarse qué es lo que realmente se está reclamando, cuál es el sentido de participación al interior de una asamblea constituyente, o si por el contrario, constituye el punto de inicio de un peligroso ensayo autoritario.
