Por David E. Santos Gómez
Dos grandes desgracias han tenido que soportar los brasileños en este tormentoso 2020. La primera, que la ha sufrido el mundo entero, es la pandemia de covid-19. La segunda, limitada a sus fronteras, es que esa debacle epidemiológica haya coincidido con el gobierno del despreciable Jair Bolsonaro. Su irresponsabilidad, su altanería y su desgobierno le han ocasionado al gigante del continente una vulnerabilidad extra ante la amenaza viral. Más de seis millones de infectados y cerca de 200 mil muertos son las cifras de pánico solo superadas por E.U.
Mientras tanto, Bolsonaro ríe. En contravía -ya no solo de la ciencia sino del más básico sentido común- insiste en que la mascarilla no sirve para nada y que en cuestión de semanas el virus desaparecerá. Su última afrenta, quizá la más grave de todas y de consecuencias incalculables, es el anuncio, hecho a finales de la semana pasada, de que no se vacunará. “Es mi derecho”, dijo prepotente.
Que el mandatario vaya en contravía de las recomendaciones científicas y les dé impulso a las miradas conspiracionistas, antivacunas, es un atentado a la salud pública que coquetea con lo delincuencial. Él, que ya pasó por la enfermedad, asegura que el virus se enfrenta con fortaleza de cuerpo y espíritu. Con el ímpetu de “los hombres”, según su anacrónica forma de ver el mundo. Hace ya un par de semanas, y entre risas, insistió en que la pandemia era un negocio, que todos íbamos a morir, y gritó que Brasil “tenía que dejar de ser un país de maricas”. Así. Palabra por palabra. Dejar-de-ser-un-país-de-maricas.
Jair Bolsonaro es un desquiciado y uno con altísimo poder. Si de a poco salimos del demente de Washington, aún nos queda afincado este, en Brasilia. Y si bien es su país el que más sufre las consecuencias de sus movimientos pendulares entre la irresponsabilidad y la estupidez, nosotros, sus vecinos, no podemos descuidarnos. Es posible incluso que, entre tanto basural, podamos rescatar algo bueno. Bolsonaro es un ejemplo futuro del discurso de extrema derecha que aquí en nuestro país gana aplausos y tiene un nicho. Hay que estar alertas. Combatir y denunciar cuando esas ideas de realidades paralelas empiecen a ascender. Ya transitamos un camino bastante desafortunado como para sumarle más locos al timonel.