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Gobernar es actuar con pulcritud y eficacia, administrar de modo providente recursos y servicios públicos, afrontar con acierto las incontables emergencias, soportar con espíritu ecuánime las arremetidas insensatas de lo peor de la condición humana, educar, etcétera. Y gobernar también es aclarar, garantizar la transparencia como condición básica de una sociedad y un estado democráticos.
Entre los criterios de organizaciones tan acuciosas como Transparencia Internacional y su capítulo colombiano para establecer los puntajes correspondientes a los ránquines de transparencia debería estar en primer término la acreditación de la voluntad y las acciones explicativas y aclaratorias de los gobernantes, en los ámbitos de la nación, la región y la localidad. Un mandatario que no explique, no responda preguntas si se quiere elementales de los ciudadanos, no aclare determinadas contradicciones que saltan a la vista día tras día, tal mandatario falla en algo fundamental y no hace valer su presumible vocación de transparencia.
La transparencia no sólo consiste en asegurar el acceso libre a la información oficial, tanto a los medios periodísticos como a los individuos que la requieran. También debe ser demostrar que se tienen respuestas satisfactorias a múltiples interrogantes de comentaristas mediáticos, de veedores de buena voluntad y de individuos callejeros. Son muchísimas las cuestiones que todos los días se quedan envueltas en las nubes de silencio y hermetismo, mientras se acrecienta entre la gente la sospecha de que algo anda mal, no encaja, no tiene lógica ni representa contribución al bien común, general.
¿Por qué, por ejemplo, no se aclara, mediante debates abiertos y con la utilización de los diversos y potentes instrumentos de difusión, si Medellín es una ciudad en la cual la cuarta parte de la población está en la pobreza, por escasez de ingresos, por fata de empleo y por todos los factores enunciados en la información del sábado en EL COLOMBIANO, por qué se anuncia con ufanía la realización de una megaobra como el tranvía, tren, metro ligero de la 80? Seguro hay explicaciones que despejarían las suspicacias y las dudas de los ciudadanos sobre la falta de proporcionalidad entre la pobreza real y la solvencia ideal para ejecutar proyectos billonarios.
La Alcaldía está en el deber de explicar, aclarar, informar con precisión si muchos comerciantes de lado y lado de la 80 no van a ingresar en el quintil de la pobreza. Aclarar, como condición básica de la transparencia, elemento infaltable del buen gobierno. Interpelar a los altos funcionarios, reclamarles información exacta y suficiente, pedirles que resuelvan el porqué de las virtuales faltas de proporcionalidad entre la realidad habitual y los planes, es un derecho y un deber de los ciudadanos. No es oponerse, sino ejercer una suerte de veeduría cívica individual. Gobernar también es aclarar.
