Concuerdo con analistas que en las últimas semanas han concluido sobre nuestra realidad: lo que existe acá no es polarización. Es la radicalización de lo que llamo partidos (son varios) de la extrema derecha capitalista y neopropietarista (término este usado por el economista Thomas Piketty).
Es un hecho que se observa en más países. Polonia con Andrjej Duda y Hungría con Viktor Orban. Son dictaduras disfrazadas, que coartan libertades y tienen además un claro tinte nacionalista.
Donald Trump es otra muestra de un gobierno de los ricos, radical en sus posturas contra los opositores y en temas fundamentales como el cambio climático, la migración y los derechos humanos, para citar tres.
Se cooptan instituciones, se somete la justicia, se persigue la prensa.
Gobernantes que se aferran al poder, como sucede hoy en el país con un proyecto que lleva 12 o 20 años, según se mire, en el cual hay otros temas de fondo como la usurpación de la tierra y el desconocimiento de un acuerdo que desmovilizó miles de guerrilleros.
Con el Ejecutivo en poder de la Fiscalía, la Contraloría y la Defensoría, sin que sesione a plenitud el Congreso con garantías para la oposición, mal podría decirse que es una democracia sólida. Hace aguas. Se desconocen decisiones judiciales, se insulta a los jueces, se calla ante una violencia disparada que cobra la vida solamente de personas con tendencia a la izquierda o la socialdemocracia y el progresismo.
No se atienden las demandas ciudadanas, se desconocen los movimientos sociales y se les estigmatiza. Un giro radical de la extrema derecha, un alejamiento de los ciudadanos que favorece la presencia de grupos delincuenciales de variada clase.
Hay vía libre para acallar a opositores e imponer el modelo neoliberal extremo y extravagante, decadente además, que en general beneficia al gran capital, reduce la inversión social y favorece la explotación de los recursos naturales por empresas impulsadas por la gran banca multinacional. Extraer hasta agotar.
Como dijera la politóloga María Emma Wills en el portal sentiido “el Gobierno piensa que la legitimidad se gana por haber triunfado en las elecciones: esta debe cultivarse con unas instituciones dispuestas a escuchar a una ciudadanía”.
Esta es una democracia sin pueblo, citando a la filósofa Laura Quintana.
El poder de unos pocos para unos pocos, un partido y sus aliados. Y se radicalizó buscando perpetuarse como sea, alejado de su razón de ser: el ciudadano de a pie, el campesino, el obrero, el desposeído. Los demás.
Maullido: qué lección de dignidad dieron indígenas a Iván Duque.