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El olor de la memoria

Por Lina María Múnera G.

muneralina66@gmail.com

Por Lina María Múnera G.

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¿Qué olores recordaremos de este tiempo extraño que nos ha tocado vivir? ¿Cuál será el estímulo que en el futuro nos traiga de golpe a este presente que aún no logramos asimilar? Seguramente muchos tendremos nuestro momento proustiano, como Marcel en En busca del tiempo perdido, y entonces el olor disparará el recuerdo de esta experiencia pandémica que probablemente, para ese entonces, ya creeremos olvidada.

El sentido del olfato está ligado de manera íntima a la memoria, al estado de ánimo y a las emociones. Es el único totalmente desarrollado en el feto y el que prima en un niño hasta que llega a los 10 años. Un estudio de la Universidad de Rockefeller sostiene que recordamos un 1 % de lo que tocamos, un 2 % de lo que oímos, un 5 % de lo que vemos, un 15 % de lo que saboreamos y un asombroso 35 % de lo que olemos. La parte más primitiva del cerebro, el sistema límbico, ya existía en el primer mamífero, y es ahí a donde llegan directamente los estímulos olfativos, lo que explica el rol tan importante que tiene este sentido para el ser humano. Desde avisarnos de peligros como el humo, el gas o los alimentos descompuestos, hasta tranquilizarnos y calmarnos en momentos de ansiedad y estrés como ocurre con el aroma a vainilla.

La industria de la perfumería, por ejemplo, está construida alrededor de la conexión entre el olor y la emoción, con perfumeros tratando de crear fragancias que transmitan sentimientos (poder, relajación, deseo, etc). Incluso existen científicos que afirman que besarse es el resultado de olerse: el primer beso es un comportamiento primitivo durante el cual se huele y se saborea al compañero para decidir si puede haber compatibilidad. Y ya en campos más tecnológicos, David Edwards, científico de Harvard, trabajó hace unos años en un aparato llamado Ophone que permitiría a la comunicación digital compartir olores como ahora lo hace con textos e imágenes. Así lo demostró enviando el aroma de un desayuno newyorkino (pan fresco, jugo de naranja y fresas) a sus colegas en París, quienes le correspondieron enviándole la fragancia de champán y macaroons.

Y es en esta misma realidad aromática donde coexiste un dato impactante: un 5 % de la población mundial padece anosmia, es decir, la pérdida total del olfato, lo que significa no sólo no tener ese sistema de alarma para el cuerpo sino asumir una doble privación, pues el olfato completa el sentido del gusto, determinando en gran parte el sabor. Perder este sentido puede hacer desaparecer, también, un importante camino sentimental hacia los recuerdos.

Ayer sábado, 27 de febrero, se celebró el Día Mundial de la Anosmia

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