viernes
7 y 9
7 y 9
“Él es un ser humano, que tiene derecho a la vida, a la educación y al trabajo tanto como yo”, dice el soldado profesional Cristian Camilo Lozano Saenz. Se está refiriendo a quien llama su enemigo: un miembro de un grupo armado herido y rendido en combate.
Esta es una de las paradojas que tienen que resolver cientos de enfermeros y socorristas militares todos los días. “Es verdad, un minuto antes esa persona pudo haberme matado, pero ahora es mi tarea salvar su vida, utilizando toda mi habilidad, conocimiento y recursos de los cuales dispongo”, anotó el soldado Lozano, quien lleva ocho años cargando su botiquín.
Así lo establece el Protocolo II de los Convenios de Ginebra (ver Antecedentes). Y es que la labor de estos soldados es salvaguardar la vida de sus compañeros, de los civiles y de los combatientes que se hayan rendido.
Como explicó el teniente coronel Ármel René Galindo Rodríguez, comandante del Batallón de Instrucción, Entrenamiento y Reentrenamiento N° 4 (Biter 4), estos jóvenes soldados son los que se proponen a sí mismos para el cargo, luego de identificar que tienen una gran vocación de servicio, “nadie puede servir obligado, esta es una responsabilidad muy grande que ellos asumen, porque lo que tienen en sus manos, mucho más allá del fusil, son vidas humanas”.
De acuerdo con Lozano, “lo más necesario es tener conocimiento en los signos vitales, saber canalizar, inyectar, y conocer la anatomía del ser humano”.
Pero eso no siempre es suficiente. El soldado profesional Jorge Iván Gamboa Pérez, explicó que el material que pueden llevar a las operaciones es reducido, “muchas veces piensa uno que puede hacer más, pero está la limitación de los recursos en el momento: tener a un soldado herido y que se dañe el clima para la evacuación es el mayor temor”.
Y es que no es un trabajo fácil: los enfermeros y socorristas se entrenan en el combate como cualquier soldado (de infantería en este caso), van con su armamento de dotación, y a la carga habitual de los morrales (que pueden pesar unos 40 kilos) se les suma el botiquín (que van desde el m1 que es el más sencillo, hasta el m5 que es el que utilizan los paramédicos) que puede pesar hasta 34 kilos, y entran a las operaciones como cualquier otro, pero cuando hay un herido las cosas cambian para ellos.
“Primero debemos asegurar que el combate no esté en plena marcha y que los compañeros puedan garantizar nuestra seguridad, ponemos nuestro fusil al hombro para perder la calidad de combatiente y adquirir la de ayuda humanitaria. Y ahí es donde empieza nuestro trabajo que consiste en tratar de salvar esa vida tanto como podamos”, dijo Lozano.
El teniente coronel Galindo resaltó las cualidades y capacidades humanas de estos militares, el compromiso con el cumplimiento del Protocolo II del Acuerdo de Ginebra, con todos sus incisos, y el respeto por el Derecho Internacional Humanitario. “No es como dicen por ahí que estamos entrenados para matar, estamos entrenados para defender la Constitución Nacional y a los 50 millones de habitantes”.
En los pelotones, que usualmente tienen entre 25 y 40 militares hay uno o dos socorristas, dependiendo el tamaño de la operación. EL COLOMBIANO habló con 26 socorristas en el Bites 4, ubicado en Yarumal (Antioquia), y estas fueron algunas de las historias que encontramos.
Cuando sonó la explosión, el soldado profesional Luis Fernando Román Montes recordó el miedo que sintió la primera vez que tuvo que atender a un compañero. “Pensaba en todo, si sería capaz de ver la sangre y el sufrimiento, si me daría un shock nervioso o si estaría a la altura”, aún así le dio confianza al hombre que lo esperaba en medio de lamentos. “Le dije tranquilo hermano, aquí llegó el mejor enfermero”.
Ya en esta oportunidad no era un novato en el asunto, había tenido que socorrer a varios militares que caían heridos en los combates que se libran a muerte en el Bajo Cauca antioqueño. El soldado Román hace parte del Batallón 24, compañía Croacia, que combate en esa zona a todos los grupos ilegales: clan del Golfo, Caparros y el Eln.
En esta oportunidad volvían de fracasar en un intento de emboscada que les tomó 10 días en el monte, aunque el objetivo (Eln) estaba claramente identificado, el campamento se desvaneció y tuvieron que abortar la misión. “Cuando regresábamos ya muy cansados, a eso de las 3 de la mañana, sentimos la explosión. Mi compañero, Javier Tarazona, pisó un artefacto explosivo que lo lanzó al aire y luego cayó en el cráter que quedó en la tierra. Perdió en cuestión de segundos la extremidad inferior izquierda, la derecha se la destrozó, le dislocó el hombro y perdió tres dedos de la mano”, cuenta como si hiciera vívidas las imágenes en su mente. “Me tocó en el instante agacharme y sacar el botiquín, retrocedí hasta donde estaba el compañero y lo saqué del cráter, le vendé ambas piernas, le puse los apósitos, lo canalicé en los dos brazos y le suministré una ampolla de Tramadol, que tiene una duración de seis a ocho horas, lo estabilicé y lo dejé ahí mientras atendía a mi cabo segundo que tuvo heridas en el rostro”.
En ambos procesos tardó, según calcula, una hora y media, y pidieron el apoyo helicoportado que llegó a las 9 de la mañana, para su traslado. “Mi compañero sobrevivió, gracias a Dios, pero perdió sus dos piernas”, celebra y lamenta a la vez el soldado Román, quien sabe que así serán muchas las historias que tendrá que contar en su vida militar, hasta que tal vez, Dios no lo quiera, le pase a él. “Si soy yo el que cae herido, algún compañero con algo de conocimiento tendrá que ayudarme, ojalá tenga al menos conciencia para guiarlo”.
El soldado profesional Andrés Ríos Anaya, orgánico del Batallón de Operaciones Terrestres (Bator) N° 24 , que opera en el Bajo Cauca antioqueño, se encontraba en La Caucana (Tarazá) en un dispositivo de seguridad durante las elecciones de 2018, cuando a su comandante le llegó el anuncio de que a unos cinco kilómetros montaña arriba se presentaba un enfrentamiento entre el clan del Golfo y los Caparros, y que un civil en su vehículo había ido a recuperar a un ilegal que había resultado gravemente herido.
“Mi comandante me avisó de la situación y yo preparé mi botiquín para auxiliar al herido. Una hora después pasó un vehículo carpado y le hicimos el respectivo control. El conductor nos dijo que iba a una diligencia al pueblo y que nada ocurría. Sin embargo, hicimos la requisa cuando encontramos en el volco, bajo la carpa, a un hombre de unos 20 años, herido y desmayado, estaba completamente pálido y había perdido mucha sangre. Me monté al vehículo junto a mi compañero que también es enfermero y procedimos a verificar el estado de salud del paciente. Vi que el joven tenía una herida en la parte baja de la pierna, todo el pie estaba totalmente destruido, solo se le veía el tronquito del talón, ahí me di cuenta que a ese muchacho lo había afectado una mina antipersonal”.
El soldado continúo con su relato: “Procedí a sacar todos los implementos de mi botiquín e hice un control de hemorragia, vendé, puse apósitos, y procedí a canalizar al paciente, el pueblo quedaba cerquita y allá podía tener mejores recursos, pero como militar tengo todo el derecho y todo el deber de brindarle los primeros auxilios, y tratar bien a esa persona”.
Una vez estabilizado fueron en el vehículo hasta el centro de salud donde pidieron permiso a las enfermeras para ingresar y continuar con la atención. “Lo acostamos en la camilla, le hicimos una buena limpieza, le pusimos medicamentos para el dolor, y le pusimos un vendaje mucho más avanzado, porque de ahí había que trasladarlo a Montería para que recibiera atención médica especializada para que le hicieran su respectiva amputación”, contó Ríos.
Hace un par de años, el soldado profesional Luis Fernando Román Montes, patrullaba por el sector de Cañaveral, en pleno Cañón de la Llorona (en Dabeiba) donde hay muchas comunidades indígenas, y al pasar frente a una escuela uno de los profesores salió en busca de auxilio para su hijo de 12 años, quien se había caído de un caballo hace cuatro días y no podía mantenerse en pie.
“Inmediatamente decidimos ir hasta la casa del niño, lo revisé, tenía el femoral izquierdo (muslo) completamente partido en tres partes, y una herida putrefacta en la pierna, llena de pus. Lo que yo hice fue ponerle 3,5 milímetros de diclofenaco para calmarle el dolor porque no toleraba ni el contacto, cogí cremita y le hice un masaje para que los músculos se relajaran, le inmovilicé la pierna, pero con los elementos que tenía en mi botiquín no podía hacer nada más, no contaba con medicamentos más fuertes ni con utensilios para hacer procedimientos avanzados”.
Por eso lo que siguió fue el traslado el menor hacia una zona carreteable, donde pudiera llegar un vehículo para sacarlo y llevarlo a un centro médico.
“Hace cinco meses estuvimos de nuevo en el sector, y nos volvimos a encontrar con esa familia, el muchacho fue el que me reconoció. El niño está muy bien, solo quedó con algunas cicatrices. Y yo quedé muy contento de haber podido servirle a él y a su familia”, concluyó el soldado